Amelie Manson
Corrí por las escaleras de la mansión Feldman con el corazón acelerado, las piernas temblorosas y las bragas húmedas por el toque de Damián aún impregnado en mi piel. No podía creer lo que estaba sucediendo ni la forma en la que él jugaba conmigo, como si tuviera todo el derecho de invadir mis límites.
¿Qué se creía? ¿Quién se creía?
Conduje hasta la casa de mi madre a toda velocidad. Apenas bajé del auto, miré mi camisa: estaba empapada por la leche que fluía de mis pechos. La desesperación me consumía, no sabía cuánto tiempo más iba a soportar fingiendo un odio por Damián que en realidad no sentía.
Solo cuando crucé la puerta de mi casa me sentí a salvo.
—Amelie, hija, ¿por qué tardaste tanto? —mi madre arrullaba a mi bebé en brazos.
Corrí hacia ella y lo recibí como quien recupera el aire después de ahogarse.
—Lo siento, mamá. Tuve que resolver un asunto antes de volver… —miré a mi pequeño y besé su frente húmeda y tibia—. Pero mami ya está aquí para alimentarte.
Cua