—¡Ahhhhh! ¡Ahhh! —gritó desesperada Marla.
—Cálmate por favor —dijo él hombre en tono amable; Marla reconoció aquella voz de inmediato, se giró de frente a él y se colgó de su cuello con fuerza.
—¡Abel, ayúdame, ayúdame! —suplicó la rubia.
—¿Qué te sucede? ¿Por qué estás así? —ella lucía empapada, dejando que la tela del vestido se adhiriera a su silueta y dejando ver con claridad la dureza de sus pezones.
—Es Jerónimo, intentó abusar de mí —dijo y se quebró. Abel sintió la sangre hervirle al escuchar aquellas palabras de los labios de la mujer que lo tentó a caer en el pecado y que lo hizo sentir hombre y no un santo.
Las luces encendidas del auto, anunciaron la proximidad del depredador. En un acto desesperado por protegerla, Abell la tomó del brazo, la pegó contra la pared, y cubrió su cuerpo con el suyo. Los latidos de la pelirrubia aceleraron al sentir como él presionaba su cuerpo contra el suyo.
Él la miró a los ojos, deseaba volver a besarla, las gotas de lluvia caían por