El diablo tiene cómplice

—Finalmente nos volvemos a ver —dijo el hombre al ver a quien había sido su rival desde hacía muchos años.

—¿Qué haces aquí, Mario? —preguntó con enojo. Marcella escuchó aquella voz conocida y aunque en un primer momento pensó en ocultarse, no lo hizo. Al contrario, fue hacia donde estaba él.

—Vine a buscar a mi mujer. —En ese preciso instante, la pelirrubia interrumpió la conversación.

—¡No soy tu mujer! —exclamó.

—Seguimos casados, ¿se te olvida? —el tono de voz de Mario era burlón e irónico.

—Un papel no significa nada. Tú y yo llevamos años separados, eso lo sabes. —espetó, visiblemente enojada.

Al notar que los pacientes estaban afuera escuchando la discusión, Piero se vio obligado a exigirle a Mario que se largara de aquel lugar. Pero el hombre se mofó de su advertencia y tomó del brazo a Marcella para sacarla del consultorio.

—Te vienes conmigo o le diré la verdad a “nuestra hija” —dijo en tono sarcástico. Piero frunció el entrecejo. ¿Por qué hablaba de Marla de aquella
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