La villa parecía un paraíso apartado del mundo, pero en su interior la calma era solo una fachada. La amenaza de Piero flotaba como una sombra sobre Amara y Dimitrios. Cada mirada furtiva que se cruzaba entre ellos estaba cargada de una energía inconfesable, de una tensión que no podían ignorar. La noche caía lentamente sobre la playa, y el sonido de las olas se mezclaba con los susurros del viento. Sin embargo, en ese espacio idílico, el aire se sentía denso, cargado de una necesidad que ambos intentaban reprimir.
Amara caminaba por la terraza de la villa, la brisa marina acariciando su piel. No podía dejar de pensar en lo que había ocurrido con Piero. Aunque había sido Dimitrios quien la había protegido, algo en la forma en que Piero la había mirado la había perturbado profundamente. ¿Por qué Piero había insistido tanto? pensaba. Pero lo que más la desconcertaba era que, a pesar de lo que había ocurrido, su mente y su corazón seguían enfocados en una sola persona: Dimitrios. No sent