En el lujoso resort "Paraíso de Coral", situado en las deslumbrantes playas de la República Dominicana, se cruzan los caminos de dos almas que nunca habrían imaginado necesitarse. Amara, una joven dominicana afrodescendiente, trabaja como camarera en el hotel, donde cada día atiende a turistas de todo el mundo con una sonrisa que oculta sus propios sueños y las dificultades de su vida. A pesar de su fortaleza y determinación, Amara está acostumbrada a pasar desapercibida en un mundo donde las apariencias y los prejuicios pesan más que el carácter. Dimitrios Kanelos, un exitoso empresario griego, llega al hotel para cerrar un importante negocio. Elegante, reservado y con un porte que exuda confianza, Dimitrios es un hombre acostumbrado a tener el control. Sin embargo, detrás de su apariencia perfecta, lleva una carga emocional que lo ha alejado de los riesgos del corazón. En su mundo, las mujeres afrodescendientes nunca han sido parte de su interés romántico, algo que ni siquiera cuestiona hasta que Amara rompe sus esquemas. Al principio, ella es solo otra camarera más, alguien que sirve su café y limpia su mesa sin dejar una impresión duradera. Pero una noche, en uno de los bares del hotel, Dimitrios la ve bajo una luz completamente diferente. Amara, vestida con ropa ceñida y mostrando una confianza desbordante mientras toma un trago, parece transformarse frente a sus ojos. Por primera vez, él siente una atracción que lo desconcierta y lo desafía a reconsiderar sus prejuicios. Lo que comienza como una chispa inesperada pronto se convierte en un romance explosivo que desafía sus propias barreras culturales, emocionales y sociales. Mientras sus mundos chocan, el amor entre Amara y Dimitrios se convierte en un torbellino de pasión, deseo y drama.
Leer másEl restaurante del hotel Reina del Caribe estaba en su hora pico, con mesas llenas de huéspedes disfrutando del almuerzo. Amara, con su uniforme impecable y su porte profesional, se movía de un lado a otro asegurándose de que todo funcionara a la perfección. Aunque su semblante era sereno, el ajetreo del día la mantenía al límite. Su cabello estaba recogido en un moño alto, dejando al descubierto sus facciones marcadas y una piel que parecía brillar bajo las luces cálidas del lugar.
En una de las mesas más apartadas, Dimitrios Konstantinos esperaba que le sirvieran. Era un hombre de presencia imponente: alto, con un traje perfectamente ajustado que acentuaba su figura atlética. Su rostro serio y sus ojos azules, fríos como el hielo, observaban el menú con un aire distraído. Había llegado al hotel por negocios y no tenía intención de interactuar más de lo necesario.
Amara se acercó a la mesa de Dimitrios con una bandeja en mano, llevando una taza de café recién hecho. Su sonrisa profesional era el reflejo de su compromiso con el trabajo. Sin embargo, cuando estaba a punto de servirle, un camarero que pasaba junto a ella tropezó con una silla, haciendo que Amara perdiera el equilibrio por un instante. El resultado fue inevitable: el café caliente terminó derramado sobre la impecable camisa blanca de Dimitrios.
—¡Dios mío! ¡Lo siento muchísimo! —exclamó Amara, con los ojos muy abiertos y las manos temblorosas mientras buscaba algo para limpiar el desastre.
Dimitrios se levantó de la silla de inmediato, mirando la mancha en su camisa con una expresión de incredulidad y molestia contenida.
—¿Es en serio? —dijo con voz grave, su acento griego cargado de exasperación—. ¿No puedes tener un poco más de cuidado?
Amara levantó la mirada hacia él, sintiendo cómo su irritación la alcanzaba. Sin embargo, no era una mujer que se dejara intimidar fácilmente. Respiró hondo y respondió con tono firme:
—Le he pedido disculpas, señor. Fue un accidente. Estoy segura de que tenemos un excelente servicio de lavandería que podrá encargarse de esto.
Dimitrios entrecerró los ojos, analizándola como si evaluara si la disculpa era genuina o una simple formalidad. Pero antes de que pudiera responder, Amara continuó, esta vez en un tono más desafiante:
—Y, por cierto, no todos los días una camarera tiene que esquivar clientes y servir café al mismo tiempo. Tal vez si fuera un poco más comprensivo...
Él arqueó una ceja, sorprendido por la respuesta. No era común que alguien se le enfrentara de esa manera.
—Comprensivo no quita lo torpe —replicó Dimitrios, cruzando los brazos.
Amara sintió que su sangre hervía. Sin perder la compostura, le respondió en perfecto inglés:
—"Torpe" sería dejar que un incidente como este arruine su día. —Luego, como si quisiera marcar su punto, continuó en griego fluido—: Ίσως όμως δεν έχετε μάθει ακόμη πώς να αντιμετωπίζετε τους ανθρώπους με ευγένεια. (Quizás, sin embargo, aún no ha aprendido a tratar a las personas con amabilidad.)
La reacción de Dimitrios fue inmediata. Sus ojos brillaron con algo que parecía una mezcla de asombro e interés.
—¿Hablas griego? —preguntó, inclinándose ligeramente hacia ella.
—Y también francés, italiano y un poco de alemán, por si quiere que se lo repita en otro idioma —contestó Amara con una sonrisa socarrona.
Por un instante, sus miradas se cruzaron, y el aire pareció cargarse de algo más que tensión. Los ojos de Amara, oscuros y profundos, desafiaban los de Dimitrios, que ahora tenían un brillo curioso. Había algo en esa mujer que lo intrigaba, algo que iba más allá del café derramado o de su actitud desafiante.
Finalmente, Dimitrios dejó escapar una leve sonrisa ladeada, aunque su tono seguía siendo serio.
—Espero que su servicio sea tan eficiente como su habilidad con los idiomas. —Y, tras una pausa, añadió—: Asegúrese de que mi camisa esté lista antes de esta noche.
Amara asintió con la cabeza, inclinándose ligeramente hacia él, casi como una burla.
—Por supuesto, señor. Y le prometo que el café estará en la taza la próxima vez.
Cuando Dimitrios se dio la vuelta para marcharse, no pudo evitar mirar por encima del hombro. Amara ya se alejaba, pero su porte decidido y la forma en que caminaba lo dejaron pensativo. Algo le decía que ese encuentro era solo el principio de algo que él aún no podía explicar.
El centro comercial estaba lleno de vida esa tarde de sábado. Las risas de los niños se mezclaban con el murmullo de los compradores y el ritmo suave de la música ambiental. Amara caminaba lentamente empujando el cochecito de Dante, mientras Katherine la seguía con dos vasos de café en las manos. A su lado, Lia traía una pequeña bolsa con accesorios que no había podido resistirse a comprar.—Este niño va a romper corazones, te lo digo desde ya —dijo Lia mientras se inclinaba para acariciar la manita de Dante, quien respondía con una risita y un movimiento torpe de sus piernas.Amara sonrió, orgullosa. A veces no podía creer lo mucho que había cambiado su vida desde que ese pequeño llegó. Dante era su sol, su fuerza… y también su debilidad.—Ya lo hace —respondió Amara con dulzura, mirando a su hijo—. Especialmente el de su papá.—Y el de su mamá también, no lo niegues —bromeó Katherine, entregándole el café.Se dirigieron hacia una de las terrazas internas del lugar, un espacio tranqui
El parque estaba casi vacío a esa hora de la tarde. Solo se escuchaban risas infantiles, el sonido de las hojas mecidas por el viento y el leve chirrido de los columpios balanceándose. Bajo la sombra de un frondoso árbol, Amara empujaba suavemente a Dante en el columpio, riendo con él, disfrutando de esos pequeños momentos que hacían que todo valiera la pena.El niño gritaba emocionado cada vez que se elevaba, su risa cristalina llenando el aire. Su cabello rizado se agitaba con el movimiento y sus grandes ojos oscuros brillaban con felicidad.A unos metros de distancia, oculta tras unas gafas oscuras y una bufanda ligera, Irina los observaba con una mezcla de resentimiento y obsesión. Su café en la mano ya se había enfriado, pero ella no se movía. No podía. Sus ojos, llenos de rencor, no se apartaban de la escena frente a ella."Esa debería ser yo. Yo soy la que debería estar ahí con Dimitrios y su hijo, no esa mujer."La ira le crispaba los dedos alrededor del vaso de cartón. No era
El sol brillaba intensamente sobre la mansión de los Kanhelos cuando Irina decidió hacer una visita inesperada. Su intención estaba lejos de ser cordial. Con su porte altivo y una sonrisa apenas disimulada, se presentó en la entrada, decidida a mofarse de Amara y su familia.Al llegar al gran salón, encontró a Amara compartiendo una tarde agradable con sus padres, Don Ramón y Doña Carmen, así como con los padres de Dimitrios. Las risas dominicanas llenaban el aire, junto al aroma de un café recién hecho. Irina avanzó con paso seguro, su mirada recorriendo con desdén a la familia de Amara.—Vaya, qué ambiente más… pintoresco —comentó Irina con sarcasmo, sus ojos deteniéndose en Doña Carmen—. Es interesante ver cómo ciertas personas se adaptan a lugares como este.Doña Carmen levantó la vista de su taza de café, su sonrisa amable intacta, pero sus ojos brillaban con determinación.—¿Perdón? —preguntó, aunque había entendido perfectamente.Irina continuó, con voz dulce pero llena de venen
Después de una semana de convivencia llena de risas, los padres de Dimitrios propusieron que todos se trasladaran a la mansión familiar para quedarse unos días o el tiempo que quisieran, pues también querían disfrutar de Dante. La idea fue recibida con entusiasmo. Los padres de Amara aceptaron encantados, siempre y cuando pudieran tener buena música dominicana y acceso a la cocina. Don Ramón incluso bromeó diciendo:—Si en esa mansión hay espacio para una buena bachata y un mangú bien hecho, entonces estamos hablando.El día de la mudanza fue un espectáculo en sí mismo. Doña Carmen se aseguró de empacar no solo sus pertenencias, sino también sazones, plátanos verdes y hasta un pilón que trajo desde República Dominicana. Don Ramón, por su parte, insistió en cargar él mismo las maletas, aunque Dimitrios ofreció ayuda varias veces.—No, no, muchacho. Estos brazos todavía tienen fuerza —decía mientras levantaba las maletas con evidente esfuerzo.Al llegar a la mansión, quedaron impresiona
El sol griego se colaba por las persianas de la habitación donde Amara reposaba con Dante en brazos. Dimitrios, de pie junto a la cama, no podía dejar de mirar a su hijo, una mezcla perfecta de ambos. El ambiente era sereno hasta que el sonido estruendoso del timbre rompió la calma.—¡Llegamos! —gritó la voz potente de don Ramón desde la entrada.—¡Ay, Dios mío, pero qué muchacho más lindo! —exclamó doña Carmen, entrando al apartamento con una maleta en una mano y un bolso gigantesco colgando del otro brazo.Amara se rió, intentando no moverse mucho para no despertar a Dante.—Mami, papi, bajen la voz que el niño está durmiendo —susurró.Pero doña Carmen ya estaba junto a la cama, desbordante de emoción.—¡Ay, pero míralo! Ese niño parece un angelito. ¡Y con esos ojitos cerraditos! Ay, mi amor, tú sí hiciste buen trabajo —dijo, pellizcando la mejilla de Amara.Dimitrios, observando la escena, intentó esbozar una sonrisa cuando don Ramón se le acercó con determinación.—¡Dimitrios, much
Amara abrió los ojos lentamente, sintiendo el dolor punzante aún presente en su cuerpo. Había sido una larga y agotadora jornada, pero lo había logrado: su hijo estaba en el mundo. La enfermera la había trasladado a una habitación más cómoda, donde por fin podría recibir visitas y descansar.Con un suspiro pesado, alargó la mano y tomó su teléfono. No podía esperar más para llamar a su madre. Al marcar, el tono apenas sonó dos veces antes de que la voz emocionada de su madre la recibiera.—¡Amara! Dime que ya tengo un nieto en brazos.Amara sonrió, agotada pero radiante.—Sí, mami, ya nació. Es perfecto… aunque se parece demasiado a su padre —bromeó.—¡Gracias a Dios! ¡Ay, hija, qué emoción! En unos días estaremos con ustedes, no te preocupes. Tu papá y Jairo también están ansiosos por conocerlo.Las palabras de su madre le reconfortaron el alma. La idea de tener a su familia cerca en ese momento tan especial la llenaba de alegría. Después de intercambiar algunas palabras más, colgó y
Último capítulo