El centro comercial estaba lleno de vida esa tarde de sábado. Las risas de los niños se mezclaban con el murmullo de los compradores y el ritmo suave de la música ambiental. Amara caminaba lentamente empujando el cochecito de Dante, mientras Katherine la seguía con dos vasos de café en las manos. A su lado, Lia traía una pequeña bolsa con accesorios que no había podido resistirse a comprar.
—Este niño va a romper corazones, te lo digo desde ya —dijo Lia mientras se inclinaba para acariciar la manita de Dante, quien respondía con una risita y un movimiento torpe de sus piernas.
Amara sonrió, orgullosa. A veces no podía creer lo mucho que había cambiado su vida desde que ese pequeño llegó. Dante era su sol, su fuerza… y también su debilidad.
—Ya lo hace —respondió Amara con dulzura, mirando a su hijo—. Especialmente el de su papá.
—Y el de su mamá también, no lo niegues —bromeó Katherine, entregándole el café.
Se dirigieron hacia una de las terrazas internas del lugar, un espacio tranqui