Punto de vista de Leander
Dejé a Lila dormida.
Se veía pequeña en mi cama, acurrucada de lado, una mano bajo la mejilla, el rubí atrapando la luz de la luna como una gota de sangre congelada. Me quedé en la puerta más de lo que debía, memorizando cómo su pelo se derramaba sobre la almohada, el suave subir y bajar de su respiración. No se movió cuando le rozó la mandíbula con los nudillos. No se inmutó. Por una vez, confiaba en la oscuridad.
Odiaba dejarla.
Pero Cassian había cruzado una línea que no podía ignorar.
El trayecto a su ático duró veinte minutos.
Veinte minutos con los nudillos blancos en el volante, veinte minutos de la ciudad difuminándose en rayas de neón y lluvia. Mi lobo arañaba el interior de mi piel, gruñendo, dando vueltas, exigiendo sangre. Lo dejé enfurecer. Dejé que la furia creciera hasta ser algo vivo en mi pecho.
El edificio de Cassian se alzaba como una daga de cristal en el cielo.
La seguridad me dejó pasar sin preguntas. Sabían que era mejor no hace