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Muros que no deja que se agrieten  

Punto de vista de Lila

Se despertó la tercera tarde, ojos vidriosos pero ya afilados, la fiebre por fin desaparecida.

Yo estaba acurrucada en el sillón con una taza de té frío en las manos cuando su voz cortó el silencio.

—Deja de rondarme.

No fue alto. Solo plano. Frío. Como si hubiera pulsado un interruptor y el hombre que me había suplicado que no me fuera volviera a estar encerrado en la jaula donde lo guardaba.

Dejé la taza.

—Encantada de verte también.

Se incorporó en el sofá con una mueca, las costillas claramente gritando. La manta se le bajó del pecho, dejando ver los moratones ahora morados y amarillos. No me miró mientras se palpaba el costado, dedos presionando, mandíbula tensa.

—¿Cuánto tiempo estuve fuera?

—Tres días con fiebre. Cuatro desde que decidiste desangrarte en el mármol.

Soltó un resoplido corto y sin humor.

—Suena correcto.

Esperé.

Una explicación. Un gracias. Cualquier cosa.

No llegó nada.

Bajó las piernas del sofá despacio, cada movimiento costándole.
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