Punto de vista de Lila
El vestido rojo llega a las seis y media, entregado en una funda negra que huele a dinero nuevo y amenazas antiguas.
Es seda tan oscura que parece mojada, cortada para rozar mi cuerpo como una segunda piel, con una abertura en la pierna izquierda hasta la cadera, espalda descubierta hasta la base de la columna. Sin nota. Solo el vestido y el anillo de rubí en mi dedo, pesado como la culpa.
Me lo pongo porque no tengo elección.
Me lo pongo porque una parte de mí quiere ver qué pasa cuando lo hago.
Gracia me ayuda con la cremallera, sus dedos cuidadosos alrededor de la muñequera en su muñeca. No menciona el anillo. No necesita hacerlo. La piedra grita todo lo que está pensando.
—Pareces una advertencia —dice en voz baja.
—Me siento como un blanco —respondo.
Me mira a los ojos en el espejo.
—Entonces sé la bala, no la herida.
A las siete y cuarenta y cinco la puerta se abre sin llamar. Leander está allí con un esmoquin cortado de medianoche, camisa blanca i