Sentía las piernas flaquear, el cuerpo temblar y cada que sus dedos hurgaban dentro de mí, mi cuerpo se curvaba y las paredes de mi sexo se contraían alrededor.
Era brusco, salvaje, pero definitivamente, yo lo estaba disfrutando, tanto que por un momento, olvidé que el hombre que tenía entre mis piernas era una bestia que se decía, asesinaba a las mujeres.
Sentí su miembro frotándose contra la entrada de mi sexo. Miró hacia abajo, sujetándose el pene con su mano y dándome pequeños golpecitos con la punta sobre el clítoris antes de deslizarlo entre mis pliegues, humedeciéndolo con los jugos que manaban mi coño.
Arqueé la espalda y al mismo tiempo, sus labios se apoderaron de uno de mis pezones. Los mordió con suavidad y tiró de ellos con sus dientes.
Gemí una vez más, apretando las piernas mientras sentía que estaba perdiendo la noción del tiempo, hasta que lo sentí apartarse de mí, mirándome con un tanto de soberbia, pero había en sus ojos algo que no podía describir en ese momento.
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