La tormenta se acercaba.
Podía oler la lluvia en el aire, espesa y eléctrica, mezclada con el sal del mar que venía desde la playa, oculta tras la vegetación baja que bordeaba la carretera. Dentro del coche, el perfume amaderado de Nathan, que antes me hacía estremecer, ahora me asfixiaba. Todo me incomodaba. El ambiente, el sonido amortiguado de las olas rompiendo a lo lejos, la música baja en la radio intentando cubrir nuestras miserias. —¡Eres patética, Valentina! —su voz estalló dentro del vehículo, tan violenta como el cielo que empezaba a desmoronarse. Mis ojos no se apartaron de la ventana. Vi los primeros relámpagos rasgar el horizonte, iluminando las nubes cargadas. La carretera junto al mar estaba desierta, una cinta de asfalto torcida y olvidada, con piedras sueltas y la humedad empañando los cristales. El pueblo más cercano quedaba, al menos, a cuarenta minutos. Cuarenta minutos. Cuarenta minutos encerrada con él. —Solo dije que no quería —respondí, con la voz baja, ronca y firme. Era nuestra tercera pelea de la noche. La tercera en menos de dos horas.— ¿Por qué todo tiene que convertirse en un drama, Nathan? Él se rió. Esa risa seca, burlona, que me daban ganas de gritar. —¡Porque eres una frígida, Valentina! —escupió, golpeando el volante con la palma abierta. El coche se sacudió levemente.— Te niegas a follar conmigo en la casa de mi padre y aún quieres hacerte la santa. ¿Quién carajos te crees, eh? ¿Quién? Respiré hondo, apretando los dedos contra mis muslos. No era nuevo. Nathan venía cayendo desde hacía meses… y yo, cayendo con él, tragando las culpas de un amor que ya no existía y las sobras de una historia que se había podrido. No respondía porque estaba agotada. Cansada de esa relación enferma, de ese hombre al que un día juré amar y que ahora solo me provocaba asco. La radio empezó a chisporrotear por la interferencia de la tormenta. “…atención, habitantes de la zona costera… vientos de hasta 100 km/h…” Nathan resopló con fuerza y apagó la radio de un golpe. —¿Sabes qué? Que te jodan, Valentina —escupió, girando bruscamente el volante y deteniendo el coche en el arcén. Las ruedas patinaron sobre la arena húmeda, levantando piedras a los lados. Sentí el pecho oprimido. —¿Qué m****a haces? ¿Te volviste loco? Salió del coche, rodeó el capó con pasos pesados y furiosos, abrió mi puerta de golpe y me miró. Pero ya no era rabia lo que vi en sus ojos. Era odio. Unos ojos marrones que antes me hicieron temblar… ahora vacíos, sin luz, llenos de rencor. La lluvia empezó a caer de verdad. Densa, helada. En cuestión de segundos, me caló hasta los huesos. —Fuera. Baja de este maldito coche. Consíguete a alguien que te aguante, porque yo me harté. Me harté de ti, de tu voz, de tu pose de virgen. Lárgate al infierno, Valentina. El viento sopló con fuerza, lanzando mi cabello mojado sobre el rostro. Todavía intentaba entender si aquello era una amenaza real o solo otro de sus teatros. —¡Nathan, para! —grité, la voz temblorosa. Pero él ya estaba de vuelta al asiento, cerrando la puerta de un portazo. Di un paso hacia adelante, con la mano extendida. —¡No me hagas esto! ¡No así! Me miró a través del cristal, con una expresión vacía, cruel. Y con una última sonrisa torcida, soltó: —Arréglatelas sola, princesita. El coche aceleró, levantando agua y arena, las luces rojas desapareciendo en la curva, como si nunca hubieran estado allí. Me quedé. Sola. A un lado de aquella carretera olvidada, con la tormenta rugiendo y el mar aullando al fondo. El olor a sal y tierra mojada llenándolo todo. El agua resbalando por mi pelo, pegando la ropa a mi piel. Y el miedo… el miedo rozando mi cuerpo como una cuchilla helada. Fue en ese momento que lo supe. Estaba sola. De verdad. Y cuando el siguiente relámpago rasgó el cielo, iluminando fugazmente la curva al final de la carretera, juro que vi una sombra. Una silueta que no debería estar allí. Pero cuando parpadeé… nada. Solo el sonido de la tormenta y el eco de la voz de Nathan en mi cabeza. Ahí, bajo un cielo furioso, abandonada en mitad de la noche, supe que lo peor aún estaba por venir.