Apenas se cerró la puerta detrás de la señora Johnson y el silencio cómodo de la casa volvió a adueñarse del ambiente, solté un largo suspiro, como si recién en ese momento el peso de la tarde empezara a aflojarse sobre mis hombros. Colgué el bolso en el perchero de madera oscura junto a la entrada y deslicé los dedos por la correa gastada, dudando antes de soltarla, como si pudiera protegerme de algo invisible.
La casa olía a una mezcla suave de lavanda, madera encerada y lluvia. Afuera, las gotas golpeaban los ventanales altos, dibujando pequeños ríos en el cristal. Siempre me resultó curioso cómo un lugar tan lujoso podía sentirse tan vacío. Tan… ajeno.
El pasillo parecía más largo que la última vez. Los marcos dorados brillaban bajo la luz de las lámparas de cristal, proyectando reflejos titilantes sobre el mármol frío del suelo. Los cuadros, firmados por nombres que solo conocía de remates que daban en la tele, mostraban paisajes antiguos y rostros que me observaban de una forma