Mundo de ficçãoIniciar sessãoEl dinero estaba listo, esperando que los secuestradores se comunicaran con él de nuevo para poder reencontrarse con su esposa y saber cómo seguía su embarazo, pero nada que lo hacían.
El miedo comenzó a apoderarse de Alejandro y, al tercer día, sin saber nada de su mujer, salió desesperado a buscarla como un loco por las calles. Autorizó que los noticieros publicaran su foto y, aun así, no obtuvo ninguna noticia. Incluso llegó a pagar publicidad en redes sociales, ofreciendo recompensa a quien le diera alguna razón de su esposa.
En ese momento se arrepintió de haber llamado a la policía, convencido de que, por la presencia de los agentes en el caso, los secuestradores habían decidido no comunicarse más con él. Al principio no lo había hecho por temor a que, si ellos se enteraban, mataran a su esposa. Sin embargo, también sabía que su amigo tenía razón: ¿quién le garantizaba que, aun entregando el dinero, le devolverían a su mujer con vida? Por eso no lo culpaba, aunque el dolor lo consumía, porque sabía que en la palabra de aquellos hombres no se podía confiar.Alejandro, al ver que había pasado una semana y aún no sabía nada de su esposa, comprendió que algo malo le había pasado, o quizás los secuestradores tenían gente dentro de la policía y por eso se habían enterado de que había dado parte a las autoridades sobre el secuestro de su esposa.
En ese momento se arrepintió de haberlos llamado, pero se dijo que de nada serviría el arrepentimiento, pues no traería a su esposa sana y salva, ¿cierto?
Así que decidió arriesgarse y ofrecer todo el dinero que los secuestradores habían pedido, a quien le diera el paradero de las personas que la habían secuestrado. En su desesperación pensó que, si le habían hecho algo malo a su esposa, al menos el dinero haría que se pelearan entre ellos hasta que entregaran al jefe de aquella banda.
Al principio quiso matarlo con sus propias manos, pero luego se dijo que no ensuciaría sus manos con aquella escoria. Prefería entregarlo al grupo criminal enemigo para que ellos se encargaran de torturarlo sin compasión. En ese instante se dio cuenta de que, incluso la persona más pacífica, podía llegar a sentir tanto odio como para desear matar, y se asustó al reconocer ese deseo de venganza que había nacido dentro de él.
Al día siguiente, Alejandro estaba completamente agotado, ya que desde el secuestro de su esposa no había podido dormir ni un solo minuto.
Pues se había dedicado en cuerpo y alma a buscar a su familia, dejando de lado su empresa, su bienestar y todos sus compromisos, confiando todo en manos de su hermano menor, quien se había desempeñado muy bien durante su ausencia.
Pero una mañana, después de una semana sin saber nada de los secuestradores ni de su esposa, la policía llegó a su casa con la noticia que nadie en su lugar querría escuchar.
Le informaron que habían encontrado a una mujer con las mismas características físicas de su esposa en un barranco de la vía Medellín–Caucasia. Además, le dijeron que la mujer tenía una bala en la cabeza y tres disparos más en distintas partes del cuerpo.Alejandro se quedó congelado en el mismo lugar al escuchar aquella noticia tan impactante. Era como si le hubiesen arrancado el corazón, estando aún con vida. Permaneció inmóvil, como una estatua, sin poder moverse ni un solo centímetro.
En ese momento comenzó a rezar internamente, rogando que no fuera su esposa aquella mujer. Repetía una y otra vez en su mente que todo era una pesadilla, que pronto despertaría y la encontraría a su lado, contándole que el bebé no la había dejado dormir en toda la noche, porque cada día sus pataditas eran más y más fuertes, como solía decirle cada mañana.
Permaneció un rato con los ojos cerrados, orando en silencio para que, al abrirlos, todo fuera como antes. Pero en el instante en que los abrió, se encontró frente a la cruda realidad que debía enfrentar.
Luego, solo escuchó al agente decir que debía acompañarlos para identificar el cadáver. En ese instante, su padre entró a la sala y, al ver el estado en que se encontraba su hijo, insistió en ir en su lugar. Pero Alejandro se negó; pues quería ser él quien reconociera el cuerpo de su esposa, para poder despedirse de ella y de su hijo por nacer.
Al pensar en eso, las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas como un torrente de lluvia. Recordó la ilusión que sentía por conocer a su pequeño, y jamás, ni en sus peores pesadillas, imaginó verse en una situación así.
—Yo iré con ustedes —dijo con voz quebrada.
De inmediato partieron. Cuando llegó a la morgue y confirmó que aquella mujer era realmente su esposa, cayó de rodillas con un estruendo estremecedor, mientras las lágrimas corrían por su rostro sin cesar.
En ese instante, el dolor fue tan grande que lo expresó con un desgarrador ¡Nooooooo! que retumbó hasta la entrada del edificio. Todos los presentes pudieron sentir la profunda tristeza que lo envolvía en aquel momento de su vida.
Don Antonio, su padre, que lo acompañaba, se arrodilló a su lado y comenzó a darle suaves palmaditas en la espalda, pues no existían palabras que pudieran consolarlo en aquel preciso momento.
Alejandro, entre sollozos, murmuró:—¿Sabes lo ilusionados que estábamos con nuestro bebé? —mientras acariciaba con ternura la prominente barriga de su esposa, como si el pequeño aún siguiera con vida.
Don Antonio, al verlo así, trató de levantarlo diciéndole que los dejara para que el patólogo pudiera realizar la autopsia, pero Alejandro se negó. Rogó que al menos le permitieran despedirse de su esposa y de su hijo.
Su padre, al notar la firmeza en su voz, pidió a las personas que los acompañaban que los dejaran solos por un momento, y así lo hicieron.
Cuando Alejandro quedó a solas con el cuerpo de su esposa, rodeado de otros cadáveres en la morgue, le juró con el alma destrozada que nunca tendría hijos ni volvería a casarse, que viviría el resto de su vida recordándolos y vengando sus muertes injustas.
Dos años habían pasado desde la muerte de los padres de Kelaya, y ella junto a su hermana iban a viajar a su pueblo, como lo habían hecho el año anterior, para la visita de aniversario luctuoso de sus padres y visitar las tumbas donde se encontraban enterrados.
Ellas querían visitarlos de nuevo este año, llevarles sus flores favoritas y poderles contar todo lo que les había pasado, pero esta vez tenían muchos más temas que compartir con ellos, como que, Melany había entrado a estudiar Administración Financiera, y le estaba yendo muy bien en sus estudios y también con el negocio que habían abierto, en el cual ambas trabajaban.
Cuando estaban en el aeropuerto, porque este año sí iban a viajar en avión —no como el año pasado, que les había tocado irse en bus porque el dinero no les alcanzaba para los boletos—, recordaron aquella travesía que vivieron entonces. Las dos habían dicho que nunca más volverían a viajar en bus, que si no tenían dinero para los boletos de avión no irían, pero en bus… nunca jamás de los jamases.
Las hermanas habían llegado justo a tiempo para abordar el avión hacia su tierra, aquella que tanto les había dado, pero que también les había arrebatado lo que más amaban en la vida. Ese lugar donde aprendieron, a muy corta edad, lo que era el verdadero dolor.
Melany fue la primera en salir corriendo del taxi para hacer la fila, mientras Kelaya se quedó pagando y organizando las maletas. Al entrar, caminaba apurada para alcanzar a su hermana, pero contó con tan buena —o mala— suerte que terminó chocando con un hombre muy guapo, de unos treinta años.







