Sean levantó la vista al escuchar su voz...
Julie.
De pie frente a Savannah.
La camisa sobre el cuerpo ajeno.
La mirada hundida en esa mezcla de náusea emocional que no se nombra, pero se siente en cada centímetro.
—Julie… —alcanzó a decir.
Pero ella lo interrumpió de inmediato, con el rostro más pálido que el cielo de Berlín.
—¿Puedo usar tu baño?
Sean frunció el ceño.
Quiso decir algo más.
Pero solo asintió.
—Sí. Al fondo a la izquierda. Segunda puerta.
Julie pasó casi corriendo.
La caja gris mate en una mano.
El corazón cerrado.
Sean se quedó de pie.
Miró a Savannah con el ceño fruncido.
—¿Qué estás haciendo aquí?
¿Y por qué estás usando mi camisa?
Savannah sonrió apenas, con ese gesto controlado que disfraza.
—Me quedé porque me preocupé.
Subí a despedirme, y como estabas tan mal… te acompañé hasta que te quedaste dormido.
Nada más.
Y la camisa… la tomé prestada. Sentí frío.
Sean negó suavemente.
—Lo último que recuerd