Savannah había salido minutos antes, con su bolso al hombro y una sonrisa demasiado correcta para no parecer ensayada.
Sean se quedó de pie en la suite, aún con la cartera en la mano.
La nota seguía clavada como peso bajo la piel.
Llamó a Luca.
Le pidió que subiera.
Cinco minutos después, Luca entró con expresión cansada, pero alerta.
—¿Todo bien? —preguntó.
Sean dejó la cartera sobre el escritorio y giró hacia él.
—No exactamente.
Antes de pedirte algo... necesito que me digas qué pasó anoche.
Luca frunció el ceño, cruzó los brazos.
—¿Qué parte?
—Después de que me trajiste aquí.
Me dejaste en la cama, lo recuerdo.
No estaba bien, pero tampoco totalmente fuera.
Lo que no entiendo es cómo Savannah terminó en mi habitación… y con mi camisa.
Luca parpadeó, como si eso no estuviera en su registro.
—¿Savannah? ¿Aquí?
—Esta mañana.
La encontré aquí dentro.
Cuando Julie vino… fue ella quien abrió la puerta.
Y llevaba puesta mi camisa.