El salón ejecutivo estaba casi vacío cuando Emily decidió buscar a Sean. Había dejado a Julie descansando en su suite, luego de una conversación que la dejó con la garganta apretada. No podía quedarse cruzada de brazos sabiendo que algo había quebrado a su amiga. Tenía que escucharlo de frente… incluso si no lo conocía.
Lo encontró solo, sentado ante la chimenea apagada del salón privado. Una carpeta de informes descansaba sobre la mesa baja. Él alzó la vista cuando la vio entrar.
—¿Emily? —preguntó.
—Sí. ¿Le incomoda si hablamos Sr. Castelli?
Sean se enderezó. Su mirada era cauta, pero educada.
—De acuerdo, pasa.
Ella se sentó frente a él, con las manos entrelazadas sobre sus rodillas.
—Lo que pasó entre usted y Julie no me corresponde juzgar —comenzó—. Pero ella es mi amiga. Y verla en ese estado, con el cuerpo y el corazón dolidos… no me deja tranquila.
Sean asintió lentamente.
—Lo sé. No fue mi intención que ella sufriera así.
—¿Entonces cuál fue su intención Sr. Castell