—Confío en que me hayas hecho viajar por un asunto verdaderamente urgente, madre.Después de un viaje largo y agotador, Alejandro llega a Valdoria. Sale casi sin aviso de Monteluce, dejando atrás la mansión Ferraro apenas recibe la llamada de su madre. Ahora, al cruzar la puerta del despacho, la ve sentada frente a su escritorio, esperándolo.—¿No me saludarás, Alejandro? —dice, su tono suave pero cargado de descontento.—Buenos días , madre —saluda mientras se sienta frente a ella.—Voy a pedirle a Rómulo que te traiga algo para beber, ¿Que prefieres? ¿Té o café?—Prefiero un vaso de whisky, ya tomé café en el avión —responde, mientras se recarga en el respaldo de la silla, buscando algo de comodidad tras el largo trayecto —. Ve al grano, madre.Luciana lo observa fijamente, su voz suave pero cargada de seriedad.—Quiero que recuerdes a cada instante el motivo por el cual te casaste con Valentina Baeza, Alejandro. Él la mira, un tanto cansado, y responde con una mezcla de frustració
El motor ruge con fuerza mientras Alejandro conduce a toda velocidad. Su mandíbula está tensa, los nudillos blancos por la presión con la que agarra el volante. La rabia le sube por la garganta como una oleada de fuego. La llamada todavía retumba en su mente.—Ese Luca Moretti no sabe con quién se está metiendo —escupe entre dientes, golpeando el volante con la palma.Pero algo lo inquieta, algo que no logra admitir. ¿Es realmente la propuesta descarada que la secretaria de Moretti le transmitió lo que lo altera… o hay algo más? Una imagen le atraviesa el pensamiento: Valentina, con su sonrisa franca, sentada junto a Moretti, hablando, riendo, compartiendo miradas.Siente un nudo en el pecho. No puede evitarlo. La idea de que trabajen juntos lo envenena por dentro.—No… no puedo sentir esto —susurra con voz ronca, como si al decirlo pudiera arrancárselo de raíz.Se obliga a mirar al frente, a concentrarse en el camino, pero la verdad ya lo ha alcanzado. —No puedo sentir nada por la h
Los días transcurren lentamente en la mansión Ferraro, y Valentina comienza a sentir cómo la pesada rutina de este lugar la ahoga. No tiene noticias de Alejandro. Nadie la deja salir, nadie le da una respuesta clara. ¿Dónde está Alejandro? ¿Por qué no la ha llamado? Está atrapada en un lugar donde las paredes parecen presionarla hacia el olvido.Está de pie en el salón, mirando por la ventana hacia el jardín vacío, cuando de repente su teléfono suena. Un número familiar aparece en la pantalla: su padre. Sin pensarlo demasiado, desliza el dedo para responder.—Hola, papá —dice Valentina, forzando una sonrisa.La voz de su padre resuena cálida y preocupada al otro lado de la línea.—¿Cómo estás, hija? ¿Todo bien? Hace días que no sé nada de ti.Valentina se tensa al escuchar la pregunta. La verdad es que no está bien, pero no quiere preocuparlo. Además, en su mente, ya ha aprendido a mantener las apariencias, como siempre.—Sí, papá, estoy bien —responde con una sonrisa falsa que ni el
Valentina empuja la puerta del despacho sin molestarse en tocar. Ya no le importa si eso lo enfurece. Lleva días encerrada entre esas cuatro paredes lujosas, sintiéndose como un adorno en una vitrina que nadie mira.Alejandro levanta la vista de unos papeles. Su ceño se frunce de inmediato.—¿Es que nadie te ha enseñado que se toca la puerta antes de entrar?—Necesito hablar contigo —responde ella sin rodeos, avanzando unos pasos hacia el escritorio.—No tengo tiempo —dice él sin mirarla, volviendo su atención a los documentos.—¡Pues hazlo! —exclama ella, con la voz a punto de quebrarse—. Me estoy volviendo loca, Alejandro. No tengo nada que hacer en esta casa, nada que me distraiga, nadie con quién hablar. ¿Te parece normal que me trates como a una prisionera? Al menos déjame salir, o ver a mi padre. Ya salió de la clínica...Él la observa con una sonrisa ladeada, cargada de sarcasmo.—Qué curioso… aún no me has dado las gracias por haber pagado su tratamiento y la clínica.Valentin
Valentina, con el corazón acelerado y la mente nublada por la furia, gira sobre sus talones y camina apresuradamente hacia la puerta. Las lágrimas no contenían su rabia ni su humillación, pero las mantenía bien guardadas tras una máscara de firmeza. Quería escapar de todo: de la mansión, de Alejandro, de esa sensación de ser una prisionera.Su respiración se vuelve más agitada mientras avanza por el pasillo, y justo antes de llegar a las escaleras, el sonido seco de sus tacones resuena como una alarma en el silencio. En su mente, solo hay un pensamiento: huir, huir lo más rápido posible. Pero en su prisa, el dolor y la frustración la ciegan.En un instante, el tacón de su zapato se engancha en el borde del primer escalón. El sonido de la caída retumba en la mansión. La fuerza de la gravedad la arrastra hacia abajo y, con un grito sofocado, Valentina se ve lanzada por las escaleras. Sus manos intentan aferrarse a las barandillas, pero no logra evitar el impacto.El golpe es brutal. Su
El reloj marca las siete de la tarde. Alejandro escucha pasos. La puerta se abre y sale el doctor con una carpeta en mano. Alejandro se pone de pie de inmediato, tenso pero controlado.— ¿Cómo está?—Le dimos calmantes para el dolor, así que es probable que se duerma pronto.—¿La pierna? —La fractura fue fuerte. Estuvo cerca de necesitar cirugía, pero por suerte no hizo falta.Va a tener que estar inmovilizada por un buen tiempo… unas seis a ocho semanas, como mínimo. —Quiero llevármela a casa —Alejandro frunce el ceño.—Entiendo. Pero por esta noche, es mejor que se quede aquí. Queremos monitorearla por si hay alguna complicación. Le hicimos estudios de tomografía para descartar. No hay hematomas, ni sangrado. Todo está bien en ese aspecto.—Gracias, Vittorio.—Si todo sigue estable, mañana podrás llevártela sin problema. —Bien —Alejandro, resignado, asiente levemente. —De todos modos —agrega el doctor cerrando la carpeta—. No va a poder moverse sola. Va a necesitar asistencia pa
Un mes encerrada en la misma habitación. Cuatro paredes blancas, la misma ventana con la misma vista, los mismos pasos que entran y salen a horas marcadas. Si antes se sentía ahogada, atrapada en una jaula invisible, ahora el encierro era literal. Un castigo envuelto en cuidados silenciosos y rutinas asépticas.Alejandro no había entrado ni una sola vez. No desde el hospital. Todo había quedado en manos de las enfermeras, dos mujeres correctas, puntuales, dedicadas… y distantes. Hacían su trabajo, nada más. Ni una palabra de consuelo, ni una conversación real. Solo indicaciones, medicamentos y horarios.Valentina ya no preguntaba por él. Al principio lo hizo. Después, comprendió la respuesta en la nada misma.Ese mediodía, una de las enfermeras entró como siempre, pero traía consigo algo distinto: unas muletas.—Hoy te retiran el yeso —anunció con voz neutra—. El médico dijo que puedes comenzar a apoyar el pie, con ayuda. El señor Esteban es paramédico y procederá a retirar el yeso e
Valentina Baeza está sentada al borde de la cama, rodeada por el silencio opresivo de una habitación lujosa en un hotel. Lleva puesto un vestido blanco que pesa más de lo que debería. Frente a ella, el espejo le devuelve la imagen de una mujer que no reconoce: ojos apagados, labios tensos y un corazón golpeando con fuerza en el pecho.La puerta se abre de golpe. No necesita girarse para saber quién ha entrado. Su presencia llena el espacio como una tormenta: Alejandro Ferraro. Su fragancia, una mezcla de alcohol y perfume caro, llega antes que él. Cuando se acerca, Valentina siente el calor de su cuerpo y la tensión densa en el aire.—Valentina... o mejor te llamo Señora de Ferraro —dice él con una voz burlona y cínica.Ella levanta la vista para encontrarse con la suya. Sus ojos marrones la escudriñan con una intensidad que la hace desear desvanecerse en la nada. Hay algo en él que la aterra y la atrae al mismo tiempo.Él se tambalea ligeramente al acercarse más; su aliento delata qu