La calma, cuando llega a esta casa, nunca es real. Es apenas un suspiro antes de la tormenta.
Habían pasado apenas dos días desde que le dije a Damon que me quedaba, desde que puse sobre la mesa mis sentimientos sin adornos ni disfraces. Él no me dijo que se alegraba. No me lo agradeció. Pero su manera de mirarme cambió. Como si ya no estuviera esperando que me fuera, sino temiendo que lo hiciera.
Y eso, de alguna forma, me bastó.
Pero como siempre… la paz fue breve.
Esa mañana el sol se colaba apenas por las cortinas cuando el teléfono sonó. No el mío. El fijo. Ese que Damon había dicho que solo usaban para “asuntos importantes”, pero que aparentemente el enemigo conoce muy bien.
Contesté porque estaba sola en el salón. Solo yo y el murmullo de la chimenea. Además algo me dice que no es una llamada oficial de los hombres de Damon.
—¿Hola?
Del otro lado solo hubo silencio. Al principio.
Y entonces, una voz.
—¿Sigues viva? Qué decepción.
Me quedé helada.
Era la misma voz de la llama