CAPÍTULO 3

POV VITTORIA MORETTI

 

Los días pasaron con una lentitud insoportable. Desde aquella cena con Aleksey, el ambiente en casa se había vuelto denso; mi madre evitaba mirarme y mi padre solo pensaba en los preparativos de mi entrega.

Esa mañana, tras otra noche sin dormir, fui a mi cita médica. No quería salir, pero mi salud no me daba opción. La clínica olía a desinfectante y el frío del aire acondicionado me recorrió la espalda.

Di mi nombre en recepción y esperé sola. Antes mi madre me acompañaba, pero esta vez preferí no decirle nada.

Cuando entré al consultorio, el doctor me sonrió con amabilidad, aunque su expresión cambió al revisar mi historial.

—¿Has tenido crisis recientemente, Vittoria? —preguntó con el ceño fruncido, hojeando mis últimos registros.

Cerré las manos sobre mi regazo y desvié la mirada.

—Algunas —admití en voz baja.

Él dejó el expediente sobre su escritorio y me observó con atención.

—¿Cuántas?

Tomé aire antes de responder.

—Tres… tal vez cuatro.

El médico suspiró y tomó algunas notas antes de volver a hablar.

—Vittoria, tu asma sigue siendo eosinofílica y persistente. El tratamiento te ha mantenido estable, pero sigues presentando inflamación en las vías respiratorias. ¿Has estado siguiendo todas las indicaciones?

Asentí de inmediato.

—Sí, he sido cuidadosa.

Él pareció pensarlo por un momento antes de continuar.

—Tienes que seguir con la medicación sin interrupciones. Ya sabes que los cambios bruscos de temperatura pueden afectarte… y, por cierto, quiero advertirte que, en ciudades con mucha contaminación o frío extremo, tu condición puede empeorar…por lo que sería bueno que te fueras en invierno a las islas de San pietro u otro lugar del sur. 

Me mordí el labio inferior, sintiendo un nudo formarse en mi garganta.

—Eso es un problema —dije finalmente, sintiendo cómo mi voz temblaba un poco.

El doctor alzó la vista de inmediato.

—¿Por qué lo dices?

Desvié la mirada hacia la ventana, observando el cielo grisáceo de Italia. Respiré hondo antes de responder:

—Pronto dejaré de vivir aquí. Al parecer me iré a Rusia.

Su mirada se ensombreció levemente.

—¿Rusia? —repitió, con una nota de incredulidad en la voz—. ¿En qué parte?

Negué con la cabeza.

—No lo sé exactamente.

Él dejó el bolígrafo sobre la mesa con un leve golpeteo.

—Vittoria, si te mudas a un lugar donde el clima es extremadamente frío y la contaminación del aire es alta, tu asma puede agravarse seriamente. El aire seco y helado podría desencadenar crisis con más frecuencia. Necesitas un plan médico adecuado y acceso a tratamiento especializado. ¿Sabes si tendrás esos recursos allá?

Me encogí de hombros.

—No tengo idea. No sé nada. Solo sé que me iré, pero el tratamiento no será ningún problema.

Él suspiró y tomó su bolígrafo de nuevo, anotando algo en mi expediente.

—Voy a hacer algunos cambios en tu tratamiento. Quiero que empieces a usar un inhalador de acción prolongada y que lleves siempre un humidificador contigo. También te recetaré una dosis más alta de corticoides inhalados para prevenir inflamaciones graves.

Tomé aire lentamente, sintiendo mi pecho oprimirse aún más.

—¿Crees que mi condición empeore mucho en ese lugar?

El doctor me miró fijamente, sin apresurarse a responder. Finalmente, se inclinó un poco hacia adelante y habló con una calma que no me tranquilizó en absoluto.

—Dependerá de muchos factores, pero quiero que estés preparada. Si empiezas a notar que la falta de aire es más frecuente o que tu recuperación después de una crisis se alarga, debes buscar atención médica de inmediato. No puedes darte el lujo de ignorar los síntomas.

Asentí lentamente, sintiendo un frío interno recorrerme de pies a cabeza.

[…]

Salí de la clínica con la receta en mano y una nueva carga sobre los hombros. Respirar ya no era solo una rutina médica, sino un recordatorio de mi fragilidad. ¿Qué pasaría si en Rusia las crisis empeoraban? ¿Si el frío me robaba el aire?

Subí al auto y observé la ciudad por la ventana, grabando cada rincón como si fuera la última vez. Pronto dejaría atrás todo lo que conocía.

Cuando llegué, la mansión Moretti me recibió con su imponente silencio. Mi padre estaba en la sala, copa en mano.

—¿Dónde estabas?

—En mi cita médica.

Dejó el vino sobre la mesa y me miró con calma tensa.

—¿Cómo te encuentras?

—Mi condición puede empeorar en Rusia.

—¿Es una queja? —preguntó sin emoción.

—Es un hecho.

Se acercó y, con voz serena, dijo:

—Será solo por un tiempo. Tendrás todo lo que necesites, te lo prometo.

Sus palabras sonaban vacías. Las lágrimas me nublaron la vista.

—Papá… tengo miedo. Él me odia.

Me abrazó, fuerte, en silencio.

—Los Romanov cumplen sus promesas —murmuró, sosteniendo mi rostro—. Prometieron cuidarte. No te faltará nada.

Lo miré, con el corazón apretado.

—Me faltará el amor.

Él no respondió. Solo me estrechó más fuerte, como si pudiera protegerme de lo inevitable.

[…]

No podía creer lo que estaba a punto de hacer. Ni siquiera pensé que sería capaz. Pero si no lo hacía, la vida de Luca corría peligro, y jamás me perdonaría si algo le sucediera. Me había enviado un mensaje la noche anterior. Su advertencia aún resonaba en mi cabeza: Si no nos vemos, iré a tu casa.

Si lo hacía, Aleksey lo sabría. Y si Aleksey lo sabía, Luca estaría en problemas. Yo también.

Había intentado idear un plan que nos permitiera vernos sin peligro. La casa de mi prima Antonella era la opción más segura. No había vigilancia, y con mis tíos fuera de la ciudad, nadie haría preguntas. Nadie le diría nada a mis padres.

Respiré hondo antes de salir de casa, obligándome a lucir tranquila, relajada. No podía permitirme levantar sospechas. Hice lo mismo al cruzar la puerta de la casa de mis tíos, manteniendo la compostura a pesar de que mi corazón latía con fuerza y mi pecho comenzaba a sentirse más pesado de lo normal.

Antonella me recibió con el ceño fruncido y una mirada de advertencia.

—Es la primera y última vez que haces esto, Vittoria —espetó, con severidad, mientras me tomaba de la mano y me guiaba por el pasillo—. No puedes arriesgarte así. Tu prometido es muy peligroso.

Tragué saliva.

—Lo sé, Anto... Pero Luca habría ido a mi casa si no aceptaba verlo —susurré, sintiéndome abatida—. No tenía otra opción.

Antonella se detuvo frente a una puerta y me miró con una mezcla de preocupación y resignación.

—Déjaselo claro, Vittoria. Lo de ustedes nunca será. Haz que lo entienda y siga con su vida... o terminará provocando que ambos mueran.

Mi estómago se encogió ante la brutal verdad de sus palabras.

Asentí lentamente y, con un nudo en la garganta, giré la perilla de la puerta. Entré y la cerré a mis espaldas.

El aire en la habitación se sentía espeso, pesado. Un escalofrío me recorrió la columna al verlo ahí, en el centro de la estancia, con los hombros tensos y la mirada fija en mí.

Nos observamos en un silencio sofocante. Hasta que Luca rompió la distancia y caminó hacia mí con rapidez.

Me abrazó.

El contacto de su cuerpo contra el mío, la familiaridad de sus brazos envolviéndome, la calidez de su piel... Todo ello me hizo sentir segura por primera vez en días.

—Te extrañé... —susurró contra mi cuello, su aliento tembloroso—. Te extrañé tanto, Vittoria...

Un sollozo se atascó en mi garganta.

Mis ojos se llenaron de lágrimas y mis manos temblaron al deslizarse por su espalda, aferrándome a él con la desesperación de quien encuentra refugio en medio de la tormenta. Hundí el rostro en su hombro, cerrando los ojos, aspirando su aroma, buscando en su calor la paz que tanto necesitaba.

—Yo también... —mi voz apenas fue un susurro quebrado.

Lo sostuve con cuidado, como si fuera frágil, como si pudiera romperse en cualquier momento. Deslicé mis dedos con ternura por su cabello, acariciándolo, sintiendo la tensión en sus músculos, el leve temblor en su respiración.

Quise grabar este momento en mi memoria. Solo unos minutos... solo un instante donde pudiera fingir que el destino no nos había condenado.

Pero la realidad cayó sobre mí como una sombra inevitable.

Me separé con suavidad y lo miré a los ojos.

Luca tenía la mirada enrojecida, el rostro marcado por el dolor. Nunca lloraba... pero ahora estaba al borde de hacerlo.

Mi pecho dolió de una forma indescriptible.

Con el corazón encogido, tomé sus manos entre las mías y las acaricié con los pulgares, como si pudiera calmar el dolor que ambos sentíamos.

—Por favor, Luca... prométeme algo.

Él estrechó mis manos con fuerza, con urgencia, como si sintiera que estaba a punto de perderme.

—Lo que sea.

Tragué con dificultad, asegurándome de que me escuchara, de que entendiera lo que estaba a punto de decirle.

—Cuando salga de esta habitación... jamás volverás a buscarme. Me olvidarás. Dejarás de intentar que estemos juntos, porque si lo sigues haciendo, uno de los dos morirá... o tal vez los dos.

Mi voz se quebró y mis dedos temblaron cuando tomé su rostro entre mis manos. Lo acaricié con ternura, con cariño..., y con todo el sentimiento que aún vivía en mi corazón, a pesar de saber que esto tenía un final inevitable.

—Eres muy importante para mí, Luca... —susurré, con las lágrimas deslizándose por mis mejillas—. No quiero que mueras.

Sus labios se curvaron en una sonrisa rota antes de que besara mi mano con dulzura.

—Entonces vámonos... —murmuró con desesperación—. Lejos, donde nadie nos conozca.

Mi corazón se detuvo cuando susurró lo siguiente:

—Vittoria, yo te amo.

Mi respiración se entrecortó.

—Fuiste prometida a mí hace años... —continuó con voz suplicante—. Eres mía desde el primer momento en que te vi. No voy a dejar que ese hijo de puta se case contigo.

Un sollozo silencioso escapó de mis labios.

Quise ceder.

Por un momento, por una fracción de segundo, quise aferrarme a su pecho, decirle que sí, que nos iríamos juntos, que encontraríamos un lugar donde ser felices, donde nada ni nadie nos separara jamás.

Pero eso no iba a pasar. Nunca. Jamás.

Así que, en lugar de eso, sonreí con tristeza y negué lentamente.

—No harás nada, Luca. Esto es por la familia. Tengo que casarme con él para que volvamos a ser fuertes.

—¡No me escuchaste! —Su voz se alzó en la habitación, desgarradora—. ¡Te dije que te amo!

Sus palabras me atravesaron como cuchillas. Las lágrimas cayeron sin control, mi pecho se contrajo con fuerza, y mi alma se rompió un poco más.

Tragué con dificultad. Me ardía la garganta. Me ardía todo.

—No puedo responderte... ni siquiera puedo verte, ¿me entiendes? —Mi respiración comenzó a fallar. El aire se me escapaba, mi pecho dolía—. Por favor, entiéndelo...

Sabía que no lo haría.

Sabía que esto no había terminado.

Pero tenía que intentarlo.

Porque quererlo no era suficiente para salvarlo.

Luca negó con la cabeza, su mandíbula apretada con furia contenida.

—No lo entiendo... no...

Cerré los ojos por un segundo, obligándome a encontrar la fuerza que necesitaba para terminar con esto. Cuando volví a abrirlos, lo miré con la determinación.

—Lo harás. —Mi voz tembló, pero me obligué a continuar—. Te olvidarás de mí y seguirás con tu vida, porque yo... —Tragué con dificultad, ahogando un sollozo—. Porque yo me casaré con el hombre que siempre quise en mi vida.

Luca parpadeó, su expresión se tornó rígida, como si mis palabras lo hubieran golpeado en lo más profundo.

—Lo siento... —susurré, encogiéndome de hombros, fingiendo indiferencia cuando por dentro me desgarraba en mil pedazos—. Pero es así.

Él no dijo nada. Esperé un grito, una súplica, cualquier cosa... pero solo me miró, herido, traicionado.

Apreté los labios y, con un último esfuerzo por empujarlo lejos de mí, dejé caer las palabras que más daño podían hacerle.

—Te quiero, Luca... pero no te amo. —Sus pupilas se dilataron—. Y es algo que tienes que entender.

Dio un paso adelante.

Retrocedí.

No podía permitirme sentir su cercanía de nuevo, porque si lo hacía, todo lo que acababa de decir se volvería cenizas.

—Por favor, no me hagas tener problemas con mi prometido. —Intenté mantener la voz firme, pero mis latidos martilleaban con fuerza en mis oídos—. Eres mi pasado... pero él es mi presente y futuro.

El silencio que siguió fue insoportable.

Y entonces, con el alma rota y las lágrimas quemando mis mejillas, lo miré una última vez.

—Adiós.

Giré sobre mis talones y salí de la habitación. Tenía en la tarde una reunión con la planeadora de bodas.

Mi boda. 

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