POV VITTORIA ROMANOVA
Había perdido la cuenta de cuántas veces me habían elogiado mi vestido, mi cabello, mi rostro. También había perdido la cuenta de cuántas miradas llenas de resentimiento y envidia había recibido de las mujeres de la Cosa Nostra. Algunas disimulaban mejor que otras, pero todas compartían el mismo pensamiento: deseaban ser yo esta noche.
Y lo entendía.
Por eso, de vez en cuando, una sonrisa burlona brotaba de mis labios, como si fuera un recordatorio de que ni en un millón de años tendrían un vestido como el mío. Ni siquiera volviendo a nacer.
El gran salón del hotel de la Cosa Nostra estaba transformado en un espectáculo digno de un cuento de hadas. No, de una fantasía imposible. Las luces eran cálidas y brillaban como estrellas, reflejándose en las copas de cristal y en los candelabros dorados que colgaban de lo alto. La música flotaba en el aire como una melodía etérea, mientras bailarines suspendidos en telas blancas descendían con movimientos fluidos, casi hip