Anne asintió y dio vuelta, Gerald suspiró profundo, pues sabía que no dudaría en contarle a Helena sobre Tony. Myriam lo observó atenta.
—¿No vives en la misma casa con tu madre? —indagó con curiosidad.
Gerald la invitó a tomar asiento en una sala en medio del gran jardín.
—Hace años, mi hermano y yo, éramos adolescentes —empezó a hablar y la voz se le cortó—, regresábamos con mi madre del colegio, ella iba conduciendo, tuvimos un accidente —relató.
Myriam notó como la respiración se le agitaba, y el pecho de Gerald subía y bajaba.
—¿Qué sucedió? —cuestionó.
—Mi hermano… Falleció —expuso y se puso de pie, le entregó el bebé a Myriam, y se acercó a una barra de madera, con las manos temblorosas se sirvió un vaso con agua.
—¿Estás bien? —cuestionó Myriam con curiosidad.
Gerald presionó los parpados, inhaló y exhaló varias veces.
—Estoy bien —respondió—, no me agrada que me consuelen, ni me tengan lástima —indicó y volvió a ser el mismo hombre frío y déspota.
Myriam