Serás padre, Iceberg.

Santiago apretó los puños con frustración mientras caminaba de un lado a otro, lanzando miradas de reproche a Luciana. Su voz era casi un grito, llena de rabia e impotencia.

—¿Dónde demonios se ha metido Gala con la bebé? —exigió, sin dejar de moverse.

Luciana lo miró con los ojos llenos de cansancio y angustia, su voz temblando al responderle:

—¡Te dije que no lo sé! Se marchó, Santiago, y… ¡no me grites! He hecho lo que pude. Te estuve llamando, pero no respondiste. Si no te enteraste antes fue porque no quisiste escucharme.

Él la miró, aún con el ceño fruncido, pero sin palabras. Sabía, en el fondo, que ella tenía razón, pero su orgullo y la situación lo sobrepasaban.

En ese momento, las escaleras crujieron, y ambos giraron la vista hacia Mariana, que bajaba con el rostro cubierto de lágrimas, mirándolos con una mezcla de decepción y dolor. Su voz, quebrada por el llanto, los interrumpió como una bofetada.

—Es increíble lo estúpidos que son ustedes dos —dijo con voz firme, si
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