— Hazlo, mátame, Elizabeth Romano, y acabemos con esto porque nunca te irás mi lado, nunca te dejaré ir —gruñe mi esposo mientras se viste con furia contenida. Odio que me volvió a tomar cuando se le dio la gana, su posesión sobre mí es como una cadena ardiente. — ¿Por qué, si no me quieres? Puedes tener a cualquiera —le suplico, mi voz quebrándose por la desesperación. — No te quiero, pero no se me da la gana —murmura contra mi cuello, dejando pequeños besos que me queman—. Este cuerpo y esta piel son míos. Fui el primero y seré el único. — Podrás tener mi cuerpo, pero nunca mi corazón —le espeto, mi voz llena de desafío. — Con tu cuerpo me conformo, Ellie —susurra con intensidad, apretándome contra él—. Eres mía, y solo matándome estarás con alguien más. Elizabeth Romano está profundamente enamorada de Rodrigo Montalban, pero su felicidad se ve truncada cuando es obligada a casarse con su hermano gemelo, Ricardo Montalban, un hombre perverso y siniestro. En la noche de bodas, un giro inesperado ocurre: Ricardo es asesinado y Rodrigo toma su lugar con Elizabeth. Movido por el deseo de venganza, Rodrigo planea hacer de la vida de Elizabeth un infierno. Sin embargo, mientras busca castigarla, una lucha interna surge en él, pues también desea hacerla suya. ¿Podrá el amor prevalecer sobre la venganza, o se destruirán mutuamente en el proceso?
Leer másMientras camino al altar del brazo de mi abuelo, siento que mi corazón se destroza con cada paso que doy. Las flores blancas y la música suave no logran aliviar el nudo en mi garganta. Mi vestido, que debería hacerme sentir como una princesa, se siente como una cárcel de seda. Hoy es el peor día de mi vida. Casarse con un hombre que no amas debe ser horrible, pero mi situación es aún peor: me estoy casando con un hombre que desprecio, el hermano del amor de mi vida, quien me está obligando a ser su esposa.
Mis amigos y familiares sonríen y susurran emocionados. Ellos piensan que me caso por amor, que este es el día que siempre soñé. No se imaginan que estoy siendo obligada, que cada paso que doy es una lucha contra el impulso de salir corriendo. Cuando finalmente llego al altar, lo veo a él, a Ricardo Montalbán . Con su cabello oscuro y esos ojos azules profundos, la misma mirada que siempre me ha intimidado. Ricardo y Rodrigo son gemelos idénticos, pero mientras Rodrigo tiene una mirada luminosa y cálida, la de Ricardo es oscura y fría. —Estamos aquí reunidos para celebrar la unión de Elizabeth Romano y Ricardo Montalbán —dice el sacerdote, su voz resonando en la iglesia. Intento mantener la compostura mientras las palabras del sacerdote se desvanecen en el aire. Ricardo me mira con una mezcla de arrogancia y triunfo. Su mano se cierra sobre la mía, y siento un escalofrío recorrer mi espalda. —Ellie, mírame—dice en un susurro, su voz solo para mis oídos. Levanto la vista, mis ojos encontrándose con los suyos. —¿Qué quieres, Ricardo?—le respondo, intentando que mi voz no tiemble. —Solo quiero que recuerdes esto. Eres mía ahora, y siempre lo serás. Trago saliva, intentando contener las lágrimas que amenazan con brotar. Miro de reojo a mi abuelo, quien me da una mirada de apoyo, aunque no sabe la verdadera razón detrás de mis lágrimas. —Prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad—recita Ricardo, sus palabras llenas de una falsa dulzura. Yo repito las palabras, sintiéndome cada vez más atrapada. Cuando finalmente intercambiamos los anillos, siento como si un pesado grillete se cerrara alrededor de mi dedo. La ceremonia sigue su curso, y cuando el sacerdote finalmente dice: —Puede besar a la novia—, Ricardo se inclina hacia mí. —Sonríe, Ellie—murmura antes de besarme. Su beso es frío, carente de amor, y me recuerda lo lejos que estoy de la felicidad que alguna vez soñé. Mientras los aplausos llenan la iglesia, todo lo que puedo hacer es mantenerme en pie, sabiendo que he entrado en una jaula de la que no puedo escapar. Ricardo me besa de forma intensa, sus labios atrapando los míos con una fuerza que me deja sin aliento. Contra todo pronóstico, mi cuerpo reacciona, y sin querer, le respondo. Siento su mano en mi espalda, acercándome más a él, y por un breve segundo, el mundo exterior desaparece. De repente, los empleados comienzan a aplaudir, rompiendo el hechizo. La realidad me golpea con fuerza: estoy besando al hombre que desprecio frente a todos nuestros amigos y familiares, quienes creen que este momento es la culminación de un amor verdadero. —Muy bien, ahora estamos oficialmente casados—murmura Ricardo con una sonrisa satisfecha, sus labios aún cerca de los míos. Me aparto ligeramente, intentando recuperar la compostura. La sonrisa de Ricardo es tan falsa como este matrimonio, y me esfuerzo por mantener una expresión neutral mientras él me toma de la mano y nos dirigimos hacia la salida de la iglesia, bajo una lluvia de pétalos de rosa. Los invitados nos felicitan, sus rostros llenos de alegría y emoción. Veo a mis padres, a mis amigos, todos convencidos de que este es el comienzo de una vida feliz. Si tan solo supieran la verdad. —Felicidades, cariño—dice mi abuelo, abrazándome. Su entusiasmo es palpable, y me duele saber que no puedo compartir su alegría. —Gracias—respondo con una sonrisa forzada. Ricardo mantiene su agarre firme en mi mano, guiándome hacia la limusina que nos espera afuera. Mientras nos acomodamos en el asiento trasero, el silencio entre nosotros es pesado y lleno de tensión. —¿Disfrutaste el espectáculo?—pregunto, mi voz cargada de sarcasmo. —Más de lo que imaginas—responde Ricardo, su mirada fija en mí. —No te hagas ilusiones, Ricardo. Esto no cambia nada—le digo, tratando de mantener mi voz firme. —Ya veremos—responde, su sonrisa enigmática. La limusina se pone en marcha, y mientras nos alejamos de la iglesia, no puedo evitar sentir que mi vida ha cambiado para siempre, y no precisamente para mejor.Último capítuloEl sol bañaba con su luz dorada el amplio jardín donde se celebraba la boda. Los arreglos florales llenaban el aire con una mezcla de aromas dulces, mientras los invitados ocupaban sus lugares. Todos estaban ahí, familiares y amigos, listos para ser testigos de un día lleno de amor, risas y esperanza. Después de todo lo vivido, este era el final feliz que todos merecían.Christopher y Santiago, de pie en el altar junto a sus novias, compartían miradas cómplices. Gala, con un vestido que resaltaba su belleza audaz, le lanzaba miradas pícaras a Santiago, mientras Luciana, serena y radiante, sostenía la mano de Christopher con una dulzura que parecía infinita.El oficiante pidió silencio, y Christopher tomó la mano de Luciana. Su voz tembló al principio, pero pronto se llenó de fuerza.—Luciana, toda mi vida fui de bronce, frío, cerrado, impenetrable… hasta que llegaste tú. Tú me diste la luz que ni siquiera sabía que buscaba. Tal vez siempre te amé, pero no lo entendí ha
Habían pasado varias semanas desde que la calma había vuelto a sus vidas. En ese tiempo, Christhopher y Luciana habían recibido el mayor regalo: sus dos pequeños hijos, dos varones que llenaban su hogar de felicidad. Ambos bebés tenían el cabello oscuro como el de sus padres, y sus ojos eran una mezcla peculiar entre azul y verde, un tono tan raro como hermoso. En este momento, la familia estaba reunida en una gran sala, con una atmósfera cálida y animada. Luciana sostenía a uno de los bebés, mientras Christhopher tenía al otro en brazos. Los padres primerizos no podían dejar de sonreír mientras los pequeños dormían plácidamente. —Son idénticos —comentó Mariana, acercándose para mirar de cerca a sus sobrinos—. Aunque creo que este será más travieso —dijo señalando al bebé que Chris cargaba, quien había fruncido ligeramente el ceño mientras dormía. —Por supuesto que no —respondió Chris, riendo suavemente—. Mis hijos serán perfectos en todo sentido, como su madre. Luciana lo miró co
Elizabeth no dejaba de soltar a Santiago, su hijo menor, quien estaba sentado junto a ella, sosteniéndose el brazo herido. Aunque el disparo no había causado un daño grave, verla limpiarle la herida con tanto cuidado reflejaba cuánto había sufrido al no poder protegerlo antes. A pocos pasos, Rodrigo abrazaba a Chris con fuerza, en un gesto cargado de orgullo y alivio. Habían superado el infierno juntos, y él sabía lo mucho que todo aquello había pesado en su hijo mayor. Elizabeth los observaba con una cálida sonrisa, sus ojos brillando con lágrimas contenidas. —Me encanta verlos juntos —dijo, su voz cargada de ternura mientras miraba a Chris y Rodrigo. Chris bajó la mirada, claramente emocionado pero también arrepentido. —Mamá, fui un idiota. Ya le pedí perdón a papá, pero ahora quiero disculparme contigo y con Santiago —dijo con voz baja, pero firme, dirigiendo una mirada de sinceridad a su hermano menor. Elizabeth le tomó el rostro con ambas manos, sus ojos reflejando puro
Elizabeth estaba sentada en una cama sencilla, sus muñecas aún marcadas por las esposas que le habían quitado hacía poco. A través de la ventana apenas podía ver los campos abiertos, pero aquello no le transmitía paz; la sensación de encierro la aplastaba. Su corazón estaba roto al pensar que nunca volvería a ver a sus hijos ni a Rodrigo. Las lágrimas corrían por sus mejillas, pero no podía dejarse vencer; tenía que encontrar una manera de escapar. Desde la habitación contigua se escuchaban risas y voces. La voz de Serkan, fuerte y dominante, sobresalía entre todas. Elizabeth apretó los puños al escucharlo hablar una vez más de su sobrina Luciana, con una obsesión que le revolvía el estómago. —Esa mujer será mía tarde o temprano —dijo Serkan con un tono macabro, como si lo que estaba diciendo fuera una simple verdad y no un acto atroz. Su risa era desquiciante—. Cuando la tenga frente a mí, sabrá lo que es estar con un hombre de verdad. Elizabeth cerró los ojos con fuerza, inten
Christhopher no podía controlar su furia. Su respiración era errática, y sus puños caían con fuerza una y otra vez sobre la enfermera, cuyos sollozos desesperados llenaban la habitación. La mujer intentaba cubrirse el rostro, pero sus manos temblaban tanto que apenas podía moverse.—¡Habla! —gritó Christhopher, con los ojos encendidos por la rabia—. ¿Qué sabes de mi madre? ¡Dilo ya!—¡No sé nada! ¡Por favor, ya basta! —imploró la enfermera, su voz quebrada por el llanto.Santiago, apoyado contra la pared, observaba con el ceño fruncido. Miraba alternativamente a su hermano y a la puerta, claramente inquieto. Ninguno de los dos jamás habían golpeado a una mujer, pero la situación había pasado todos los límites.—Chris, cálmate. Vas a matarla antes de que diga algo útil —dijo finalmente, aunque su tono carecía de verdadera convicción.Christhopher no respondió. Solo apretó los dientes y volvió a alzar el puño, listo para golpear de nuevo, pero se detuvo al escuchar pasos firmes acercánd
Luciana estaba sentada en uno de los sofás del salón principal de la mansión Montalban, con la mirada perdida en la ventana. Afuera, la lluvia caía suavemente, creando un ambiente melancólico que no hacía más que intensificar sus pensamientos. No podía quitarse de la mente a aquella enfermera, esa mujer cuyo rostro le resultaba inquietantemente familiar. Fue entonces cuando escuchó el suave sonido de pasos descendiendo por las escaleras. Al alzar la vista, se encontró con Gala, vestida con ropa cómoda, pero con un aire de cansancio evidente en su rostro. Gala la observó con curiosidad, notando la expresión preocupada de Luciana. —San se quedó con la bebé —dijo Gala mientras terminaba de bajar las escaleras. Su tono era tranquilo, aunque en sus ojos había una sombra de tristeza—. Apenas durmió anoche. Luciana asintió con lentitud, sus pensamientos aún distraídos. —Chris tampoco ha dormido nada —respondió en voz baja, sin apartar la mirada de la ventana. Gala frunció el ceño y
Último capítulo