Huntley tuvo un signo de interrogación en la cara... ¿El Daniel que él conocía, pudo remar?
¡Era increíble!
Soledad se apresuró a invitarle a sentarse en la tienda y cogió otro cuenco de su glaseado de rosas casero.
Huntley fue muy cortés y charlaron un rato, sin darse cuenta de que tenían mucho en común, Huntley dijo que había estado en Manchester hace muchos años con su tío.
Soledad rió por lo bajo: —¿Seguirá al rey en su viaje?
—Vale... No. —Huntley pensó un momento y sacudió la cabeza. En realidad, recordaba aquel incidente con bastante vaguedad, y nadie le había dicho en aquel momento qué iba a hacer exactamente el viejo rey en Manchester.
Sólo recordó a su tío paseando por cierta calle, de punta a punta y viceversa, como esperando a que apareciera alguien.
Huntley suspiró suavemente, frotándose las sienes doloridas.
—Su Alteza, ¿qué le pasa? Veo que no tenéis buen aspecto. —Soledad le miró con preocupación.
Huntley sonrió: —Estoy bien.
—Creo que... ¿Tienes algo en mente?
Soledad