PAOLO
Hay algo hipnótico en la forma en que Verona se mueve. No lo digo porque sea bella —que lo es— sino porque lo sabe. Y no lo usa. No lo necesita. Esa es su amenaza real.
La noche estaba sucia. De humo, de tráfico, de secretos que se pegaban a la piel. Estábamos en una azotea de cuatro pisos, frente a un local que funcionaba como fachada para una red de tráfico de información biométrica. El tipo de cosas que uno no encuentra en los titulares, pero que hacen temblar a más de un ministro.
Verona revisaba el visor térmico con esos dedos largos que parecían hechos para empuñar armas y romper corazones. Se acercó a mí sin mirarme. Podía sentir su perfume, seco y elegante, como todo en ella.
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