—¡Hermano…! —dijo el pequeño, jadeando y feliz, mientras agarraba firmemente su mano.
Esta vez, no iba a dejar que su hermano lo soltara.
Caminando juntos en la oscuridad, notó que su hermano también estaba cansado; sus pasos eran visiblemente más lentos y él podía seguirle sin mucho esfuerzo.
No sabía cuánto tiempo había pasado, pero pronto se encontraron con los hermanos Valenzuela.
Desde entonces, siempre seguía a su hermano Santiago.
Aunque su hermano seguía siendo frío con él, hablándole muy poco y casi nunca sonriendo, él podía sentir que lo protegía y lo amaba.
Escuchaba las palabras de su hermano y evitaba a los Mendoza.
Pero aquel día, cuando la señorita Díaz le dijo que lo llevaría a ver a su mamá, no pudo resistirse y fue con ella.
Extrañaba demasiado a su mamá.
También sabía que su hermano estaba preocupado por ella, porque varias veces lo había escuchado murmurar «mamá» en sueños. Supuso que su hermano soñaba con ella.
Le contó a su hermano que su mamá, desde que dejó a la