96. Un minuto de paz
Nuria
Me desperté con el cuerpo entero adolorido. Pero era un dolor bueno. Un dolor cálido. Un recuerdo vivo de todo lo que sucedió la noche anterior.
Stefanos no solo me tomó, me reclamó con el hambre de quien esperó toda una vida por aquello. Sus toques fueron firmes, decididos, y al mismo tiempo delicados, casi reverentes. Me adoró como si cada centímetro de mi cuerpo fuera sagrado, como si cada gemido mío fuera una ofrenda que él anhelaba recibir. Me amó como si el mundo estuviera a punto de acabar y aquel fuera nuestro único instante. Como si el tiempo se hubiera detenido solo para nosotros.
En sus brazos, no fui una superviviente. Fui una loba. Fui mujer. Fui Luna. Y aunque no entendiera completamente lo que eso significaba, lo sentí. Lo sentí en el toque, en la mirada, en la forma en que me envolvió y me atrajo contra su pecho, como si quisiera fusionarme con su carne. Me deshice tantas veces esa noche que perdí la cuenta. Me corrí en sus dedos, en su boca, en su cuerpo. Aullé