97. La bendición negada
Nuria
Él deslizó los dedos por mi cadera desnuda, trazando caminos invisibles que me hacían erizar la piel como si aún sintiera su cuerpo adorándome. Su toque era calor. Era fuerza. Un recordatorio vivo de todo lo que vivimos en esa cama —de la forma en que me reclamó, me amó, me hizo suya en todos los sentidos.
Stefanos se inclinó sobre mí, sus labios cálidos tocando mi hombro con un beso firme, antes de subir hasta mi boca con la misma reverencia de antes.
"Necesito resolver los detalles de nuestra unión con el anciano", murmuró contra mi piel. "Voy a mandar que te entreguen un vestido".
Sonreí, aún acostada, siguiendo sus pasos mientras se alejaba de la cama. Caminó desnudo hasta el armario, tomó algo de ropa y se vistió con la calma ritualística de quien sabía la importancia de ese día.
"Será solo un rito informal", dijo, mientras se abotonaba la camisa negra. "Pero la Diosa lo sabrá. Y el resto del mundo… lo oirá".
Seguí observando. Grabando cada gesto. Cada detalle. El modo en q