52. Pedazos

Nuria

Por un segundo, me congelé. La imagen de las tijeras en los dedos de Diana, las cuerdas de mi violín cortadas con precisión quirúrgica, esa sonrisa cínica... todo pareció irreal. Pero no lo era. Estaba sucediendo. Y la furia que creció dentro de mí fue como una explosión — cruda, instintiva, sin frenos.

Avancé.

Ella ni siquiera tuvo tiempo de levantarse antes de que mis manos agarraran su brazo con fuerza. Las tijeras cayeron al suelo y rebotaron contra el piso con un sonido metálico y agudo. Diana intentó reaccionar, pero yo ya estaba encima de ella, y toda la rabia acumulada en los últimos días se transformó en garras afiladas y palabras atravesadas por gruñidos.

"¡Estás enferma!", grité, empujándola contra la pared.

Ella reaccionó con un golpe en mi cara e intentó recuperar las tijeras, pero yo fui más rápida. Le arranqué el objeto de la mano y lo tiré lejos. Fue entonces cuando ella avanzó.

Las garras surgieron en las puntas de sus dedos, y las mías respondieron al instante.
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