38. Sentencia

Nuria

El sonido de los cerrojos resonó como un trueno en mis oídos.

Tres. Cuatro vueltas de la llave. Un chasquido seco. Un final.

Y entonces, el silencio.

El oscuro pasillo de la prisión particular de Stefanos se cerró detrás de los guardias, y todo lo que quedó fue el eco de sus pasos alejándose... y la respiración desacompasada atrapada en mi garganta.

El olor a piedra fría, óxido y musgo impregnaba el aire de la celda como un fantasma antiguo. Y con él, llegaron los recuerdos.

Recuerdos que tanto luché por enterrar.

La humedad de la pared detrás de mí. La sensación de la cadena imaginaria en el tobillo. El sonido amortiguado del dolor. El miedo.

Las celdas de Solon no eran muy diferentes. Quizás más sucias. Quizás más oscuras.

Pero la peor similitud entre ellas… era lo que me hacían sentir.

Sola.

Débil.

Objeto.

Mi cuerpo todavía palpitaba por la presión de las manos de Stefanos en mi cuello, y sentía la marca del dolor no solo en la piel, sino en el pecho. Donde él había tocado lo
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