241. Funeral
Stefanos
El territorio de la Boreal apareció en el horizonte como un fantasma de lo que alguna vez fue. La tierra donde crecí. Donde la voz de mi hermana resonaba riendo entre los pasillos. Donde Johan dio sus primeros pasos. Donde mi padre nos entrenaba con los guerreros... y ahora, donde la muerte parecía haber echado raíces.
Nuria estaba a mi lado en el coche, en silencio. Su mano reposaba sobre mi muslo, apretando de vez en cuando, como si me recordara que aún estaba aquí. Que todavía había algo por lo que luchar. Pero nada me sacaba del dolor.
Detrás de nosotros, el segundo coche nos seguía despacio. Dentro de él, el ataúd. Cerrado. Frío. Definitivo. No fui yo quien lo cargó hasta allí. Pero quise haberlo sido. Porque incluso allí, dentro de esa caja de madera oscura, él era mío. Mi sobrino. Mi sangre. Mi culpa.
El camino hasta el cementerio ancestral fue lento. Los lobos abrían paso en silencio. Cada rostro inclinado. Cada mirada húmeda. Pero nadie decía nada. Porque no había na