103. Que la guerra comience
Stefanos
El olor a almuerzo ya dominaba los pasillos de la mansión cuando Rylan y yo cruzamos el vestíbulo en silencio. Acabábamos de salir de la sala de estrategia, donde cada palabra dicha aún pulsaba en nuestros pensamientos como un tambor de guerra.
El comedor estaba iluminado por la luz del sol de la tarde, que atravesaba las ventanas y caía sobre el suelo de mármol como un recordatorio cruel de que, a pesar del caos de afuera, allí dentro la rutina aún intentaba resistir.
Por un instante, aquello me pareció paz.
Pero mi lobo sabía: era solo el ojo del huracán.
Rylan caminaba a mi lado, con ese semblante tranquilo que solo quien creció conmigo sabía descifrar. No era tranquilidad, era cálculo. Él estaba repasando mentalmente cada detalle de nuestra reunión anterior. Yo lo sabía, porque hacía lo mismo.
Y aun así… cuando entré en la sala y vi a Nuria allí, el mundo pareció desacelerarse.
Ella llevaba una bandeja con copas, sus cabellos sueltos balanceándose suavemente sobre sus hom