Capítulo 2 - Iniciando el camino del calvario

Esperaba en algún momento los insultos de quien fue mi suegra, pero esa mirada solo me brindaba calma.

—Ay, hijo… Así Víctor, me dé cantaleta, te confieso, dejaste a mi hija muerta en vida.

Todo mi cuerpo tembló, hasta el más fuerte se quiebra, solo fui consciente de los brazos de Ana, dejé salir un gemido de dolor arraigado en el alma. Yo soy el único culpable de mis desdichas.

—Ahora comprendo la mirada de Víctor, cuando nos vimos en la mañana.

—Él te adora como un hijo, así refunfuñe lo contrario. Te reclama el que Virginia no haya vuelto a pasar las Navidades con nosotros en la finca en Montería. Por cierto, hace tres años nos radicamos allá. Vinimos por unos chequeos médicos para él y como Fernanda anda con una llamadera, aproveché a ir a conocer a su gordita y Maju se encontraba en su casa. Por eso estamos aquí. Creo que a tu esposa eso le molestó.

—No te preocupes. Las cosas con ella no están bien desde hace seis años. —La mirada de Anita me hizo sonreír—. Seré exacto, desde que cumplí dos meses de casado me arrepentí de haberlo hecho y no me preguntes Anita, pero de la noche a la mañana caí en una terrible tristeza y arrepentimiento. He ocultado mi depresión, con el paso de los días, siento que algo me hala a gritos.

—Toma mi consejo. Arregla para bien o para mal tu matrimonio, si no hay amor y no hay motivos de querer salvarlo, antes de hacerse daño sepárense.

—Gracias, por el abrazo.

—Elsa no sabe nada de lo que te pasa, ¿cierto? —Esa pregunta confirmó una sospecha, ella y mi madre siguieron hablando.

—Mi mamá nunca aceptó a Sandra. —Ya no viene al caso seguir ocultando las cosas, decidí destapar todo—. Y como siempre ha dicho que no quiere ser una suegra cizañera, prefirió regresar a Valledupar para no verme sufrir a mí.

—No la has descuidado, ¿cierto? Eres su único hijo.

—Cada dos meses viajo a verla y le llevo a Ernesto. Ya debo regresar Ana, me alegró mucho verlos, por cierto, ¿cómo está Leonardo?

Era el hermano especial de Virginia, tenía autismo, era en extremo inteligente, casi un genio, pero no podía hacer una vida normal, era la adoración de su hermana, era extraño que Virginia no viniera para verlo…

—Ese es otro que pregunta por ti.

—¿Puedo visitarlos algún día?

—Cuando quieras.

—Gracias.

Le di un beso en la frente, que diferencia de suegra, Anita era un pan de Dios y Rita era la encarnación del diablo. Por donde me miren, la vida supo cobrarme muy caro el error por haberla dejado.

Habíamos llegado a la casa a las tres de la mañana. Suspiré antes de salir, era tiempo de separarme. Anita tenía razón, ahora que volví a verla, más lo dicho por su madre, y lo que me confirmó ese par de océanos en los ojos de Virginia… confirmo, me sigue amando. También quiero finiquitar el divorcio, no quiero que ella se quede con nada de mi nueva sociedad. Era una interesada, por eso mi madre era quien figuraba como dueña absoluta de todo. Bajo mi nombre tenemos un par de casas, los carros, dinero de mi trabajo, como gerente nada más. Mi madre luego de mi matrimonio nunca quiso entregarme el mando, ella intuyó lo que era Sandra.

—Señor Alejandro, tome. No se lo entregué antes, porque estaban en la reunión.

—¿Ya tan rápido? —Su mirada no me agradó—. No va a gustarme lo que hay en esta carpeta, ¿cierto?

—Eso depende, señor. Si hay amor o no.

—Gracias.

Tomé la carpeta. Bajé del auto e ingresé en la casa, todas las luces se encontraban apagadas, me dirigí a la habitación de mi hijo, dormía con su nana. Pasé por el cuarto de cocodrilo mayor y Rita roncaba como leones, desde lejos escuché sus ronquidos desquiciadores. Según ella, la enfermedad terminal que tenía le genera un mal dormir.

Desde que Julián me sugirió poner cámaras a escondidas me he dado cuenta de tantas cosas, por eso contraté a Mercedes, una señora de cuarenta y cinco años, desplazada por la violencia y hace dos meses cuidaba a Ernesto, no tengo idea mi hijo porque le dice Mecha, en tan poco tiempo él la adora y era porque evitó el maltrato de Sandra. Llegué a mi cuarto, con la cabeza fría le pediré el divorcio. Pero ¡oh! Sorpresa, Sandra no se encontraba, eran pasadas las tres de la mañana, encendí la luz, respiré profundo, la llamé al celular.

—¿Amor? —Fue evidente que la acabé de levantar.

—¿Dónde estás «princesa»?

Así le decía cuando teníamos buenas temporadas, o más bien cuando ella se portaba de la misma manera en que la conocí.

—Durmiendo, me acabas de levantar. ¿Cómo te terminó de ir en la fiesta? ¿Ya estás durmiendo?

—Sí, solo te llamaba para darte un feliz año, ¿estás durmiendo con el niño?

—No, amor. Mi bebé lo dejé dormido en su cuarto y yo en el mío, extrañándote.

No siento nada, solo rabia, a ningún hombre le gusta que le pongan los cuernos, aunque no era que nuestra vida sexual fuera la más activa, si había tiempos buenos, otros semanales, pero desde Grecia, solo hemos estado dos veces.

—Te llamaba, para decirte que llego el dos de enero.

—Bien, tengo sueño. Te amo a si no lo creas.

—Dale un beso a Ernesto de mi parte.

Cerré el celular, odio la infidelidad, en carne propia vi cómo mi madre sufría por lo que mi padre le hacía. La vieja Elsa siempre me inculcó que se debe terminar con la relación antes de serle infiel, eso era no respetarse uno mismo, de ella aprendí a dejar las cosas antes de ofender a la persona. Le he aguantado mucho a Sandra, pero esto jamás. Abrí la carpeta y en efecto mi esposa se veía en varias fotos besándose con otro hombre. En diferentes lugares…

…***…

No he podido ingresar al apartamento, no he podido controlar todo lo que sentí al verlo de nuevo. Años levantando murallas para que de la nada esos ojos negros las derrumben. Las manos me seguían temblando; esta mañana, cuando salí a la obra para poder llamar a mis amigos y desearles un feliz Año Nuevo. Me pasaron a mucha gente, pero no pensé que Maju le entregara el celular a Alejo.

¡¿Cómo pudo hacerme esto?! Y YO COMO UNA ESTÚPIDA ME PUSE A LLORAR EN EL TELÉFONO. ¡Erdaaa! Ahora él va a saber que sigo sintiendo algo. —volví a llorar en el carro. —volví a tomar agua. Debía regresar al apartamento, se lo prometí. De nada valió poner años y kilómetros de distancia. Cálmate, Virginia.

Lo vi triste… Alejo tenía los ojos tristes… ¡Y a ti que te importa! —volví a atarugarme con el agua, respiré profundo, miré el portátil. Desde que salió huyendo de Colombia no escuchaba vallenato, no iba a martirizarme al escuchar las canciones que me cantaba a mí y ahora debe de estarle cantando a su esposa. Sin embargo, cuál idiota masoquista busqué la canción que me pidió escuchar. Tu olvido, cantada por Los Hermanos Zuleta, Compositor: Luis A. Egurrola Hinojosa. Sus versos eran un grito de arrepentimiento.

La reproduje de nuevo, la letra, era un lamento, eso solo me confirmaba que, si tenía razón al concluir lo de su tristeza, Alejandro no estaba bien en su alma. Las muchas veces que he soñado con él, mi alma nunca ha dejado de gritar que vuelva.

IDIOTA, ¡eres un idiota Alejandro Orjuela!, salí del carro, había pasado varias horas en el parqueadero del edificio en donde vivo. ¿Cómo me dedicas esa canción? ¡Cómo eres tan descarado de decirme eso! ¡TE CASASTE! Era imposible que yo dejara de llorar hoy, subí al apartamento, vivo en uno de los mejores lugares de Dubái. No podía quejarme, fracasé en el amor, pero en mi vida laboral he tenido una gran racha de excelentes trabajos. Acreditándome como una de las mejores arquitectas. Ingresé, puse las llaves en el lugar de siempre.

—Señora Virginia, ¿quiere comer algo antes de irme?

Negué, no era eso lo que quería, como quisiera odiarlo, pero no logro hacerlo, a mi llegada salió corriendo la razón por la cual no he podido olvidarlo y menos odiarlo.

—Mami, ¿por qué estuviste llorando?

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