Alexander y su equipo habían estado esperando más información desde la base, la frustración por encontrar a esa pobre mujer y al mal nacido de su esposo.
Alexander no lo podía dejar escapar, mientras seguían buscando en la zona, lograron divisar a los lejos las luces de un automóvil que se acercaba a baja velocidad.
—¡Todos, escóndanse! —ordenó el coronel. Su tropa obedeció de inmediato, mientras Alexander observaba con extrañeza el vehículo transitando a esas horas y en ese lugar.
Era, sin duda, sospechoso. Miró a su segundo al mando, y ambos comprendieron lo que habían pasado por alto: no habían revisado más allá del perímetro ni los alrededores.
Alexander solo podía esperar que el automóvil se alejara para seguir su rastro y descubrir a dónde los llevaría.
Alexander ahora solo podía esperar que el automóvil se alejara y él y sus subordinados podían recorrer el mismo camino para poder averiguar hasta dónde lo llevaría.
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—Ricardo, detente, por favor, te lo supli