Los vehículos se detienen al borde del bosque. No hay caminos marcados, solo una estrecha picada que desaparece entre árboles densos y húmedos por la niebla. El GPS emite un leve pitido. Coordenadas confirmadas: última señal registrada. Todos lo miran en silencio. Nadie dice lo que ya sospechan.
Carlota se baja primero. Sus botas crujen sobre el suelo húmedo y cubierto de ramas secas. Mira alrededor con el ceño fruncido. Su mano descansa firme sobre el arma. El resto del escuadrón la sigue en formación táctica, flanqueando el perímetro con movimientos entrenados.
–Este es el punto exacto –confirma el sargento técnico Álvarez, mostrándole a Carlota el visor del dispositivo GPS. – Última señal registrada antes de que el rastreador de Cristobal se desactivara. Cero emisiones desde entonces. Es como si se hubiera desvanecido.
Carlota no pestañea. Su mandíbula se tensa con firmeza, en contraste con el nudo que se le anida en el estómago. Lleva días sin dormir, pero su pulso sigue tan frío