Finalmente ha pasado la hora.
La sala está cargada de tensión. Es el centro de operaciones, acondicionado de forma precaria pero eficiente: mapas digitales proyectados sobre la pared, transmisores analógicos distribuidos sobre una mesa metálica, armamento clasificado por calibre y alcance. El murmullo de botas sobre el concreto resuena como un tambor de guerra.
Carlota se coloca al frente. Sus ojos no parpadean, su tono es firme, preciso. A su lado, quince de sus mejores agentes, vestidos de negro táctico, con rostros marcados por la experiencia. Liam permanece de pie, rígido, con los puños apretados. Carlos, apoyado contra la pared, observa en silencio.
–Atención –dice Carlota, activando el proyector portátil sobre la mesa. – Último punto confirmado de señal: coordenadas 34°39′15″S, 58°23′28″O. Considerando la distancia recorrida, el patrón de movimiento y el tiempo de inactividad, estimo que la casa donde retienen a Amara está en un radio no mayor a un kilómetro. Esta será una op