Salir del hospital no se siente como un alivio. No hay esa descarga habitual que llega cuando una crisis termina, porque la crisis no terminó: apenas cambió de forma. Amara avanza despacio por el pasillo, apoyada en Liam de un lado y en Carlota del otro, con pasos medidos, como si su cuerpo estuviera aprendiendo de nuevo a moverse después de haber estado al borde de una caída que todavía no logra dimensionar del todo. Lleva una carpeta bajo el brazo con indicaciones médicas, recetas, fechas de control, advertencias subrayadas en rojo, y cada hoja pesa más que la anterior.
–Reposo relativo –murmura Sophie, leyendo por encima del hombro de Amara mientras esperan el ascensor. – Control cada cuarenta y ocho horas. Nada de estrés. Nada de sobresaltos. Nada de viajes largos. Nada de discusiones.
Levanta la vista y mira a Liam con una mezcla de ironía y advertencia.
–Eso último va a ser lo más difícil.
Liam no responde. Tiene los ojos clavados en las puertas metálicas del ascensor, como s