El hotel donde Kate se hospeda no es lujoso en el sentido tradicional. No necesita serlo. Es discreto, elegante de un modo frío y quirúrgico. Las cortinas son de seda gris, la iluminación calculada, el silencio absoluto… salvo por el golpeteo de sus uñas perfectas contra el cristal de la copa.
Frente a ella, sentada con una postura que revela entrenamiento militar y paciencia selectiva, está Mireille Duval, su socia. Una mujer de rasgos duros, cabello recogido en una coleta alta y ojos de acero francés.
–Querías verme con urgencia –comenta Mireille, cruzando las piernas. – ¿Qué movimiento nuevo se aproxima?
Kate sonríe apenas, sinuosa. –Necesito que te introduzcas en la red de seguridad de Carlota Morel.
Mireille la observa sin parpadear, intentando leer las capas ocultas de esa frase. –¿Para qué? –pregunta, aunque en su tono no hay rechazo, sino cálculo.
–Quiero saber cada paso, cada guardia, cada protocolo, cada movimiento durante la cumbre –responde Kate con suavidad mortal. –