La amenaza de Kate reverbera en la cabeza de Amara como un eco putrefacto: Si Liam muere, te haré padecer todo el daño del mundo. Lento. Metódico. Esa sentencia, que antes era veneno frío, se convierte ahora en un carbón encendido que le ilumina la furia. Aprieta los dientes hasta que le duelen las muelas; sus ojos, fijos en el cuerpo de Liam a través del vidrio, adquieren la dureza de una promesa de guerra.
–No la dejaré ganar –se dice en voz baja, como si de esa conjura dependiera la vida misma. – No mientras yo respire.
En la UCI, el monitor da un salto; la línea eléctrica que grafica el ritmo cardiaco baila con una violencia que corta el aire. 140, 120, 110: la frecuencia va descendiendo, todavía taquicárdica, todavía peligrosa, pero deslizando hacia un ritmo más organizado. El Dr. Herrera respira un poco más tranquilo, como quien recobra un compás que minutos antes le era esquivo. Su frente sigue perlada en sudor, los guantes manchados. Mide la morfología de cada complejo QRS,