Baja la cabeza, los besa con desesperación, uno, luego el otro, aspirando su olor, grabándolo en la memoria como si temiera que alguien se lo robara. Cada llanto, cada movimiento diminuto le confirma que son reales. Que no fue un sueño. Que sobrevivieron. Que ella sobrevivió.
Liam cae de rodillas junto a la cama, incapaz de sostenerse en pie un segundo más. Apoya la frente en el borde del colchón, los hombros sacudiéndose sin control. Llora sin vergüenza, sin orgullo, sin contención. Llora por el miedo que acaba de soltar, por el terror que aún le zumba en el cuerpo, por el amor brutal, nuevo, abrumador, que le atraviesa el pecho como una herida abierta.
Extiende una mano y toca apenas el brazo de Amara, como si necesitara asegurarse de que sigue ahí, de que esto está pasando de verdad.
Carlota observa la escena con los ojos húmedos. Recién entonces se permite exhalar, lenta, profundamente, como si hubiera estado conteniendo el aire durante horas.
–Lo lograron –dice, con una sonrisa c