Por otro lado, Carlota alisa con meticulosidad el legajo que sostiene bajo el brazo, un archivador gris sin marca, neutro, capaz de albergar dinamita burocrática sin levantar sospechas. Se sienta frente a él, cruza la pierna y clava la mirada en su jefe con un brillo de anticipación: disfruta cada segundo de saberse portadora de secretos capaces de desmembrar imperios.
–Empecemos por el primero en la lista –dice, abriendo el dossier. Su voz, suave y precisa, resuena como bisturí recién afilado. – Liam Kane. Cuatro años de servicio activo en las fuerzas especiales, condecorado dos veces por operaciones clasificadas. Su expediente militar es intachable… hasta que su compañero de patrulla, Matthew Connors, muere en una incursión fallida en Argelia. Desde entonces, Kane solicita baja honrosa y la obtiene. El informe psicológico habla de un «trauma residual, culpa extrema y tendencia a la soledad funcional».
Carlos no pestañea, pero sus nudillos se tensan. –¿Antecedentes penales?
–Cero.