–¿Te gustan estos centros de mesa? –pregunta Úrsula, colocándolos cuidadosamente frente a Amara, como si se tratara de piezas frágiles de cristal. Son arreglos de rosas rojas, exuberantes, como salidas de una postal antigua. – Aunque si eliges estos, tendríamos que cambiar los manteles. Tal vez un tono marfil… o incluso negro, algo que contraste bien. ¿Qué opinás?
Amara no levanta la vista. Sus dedos sostienen un manojo de papeles con listas de invitados, presupuestos y proveedores, pero no los lee realmente. Está ahí… y no lo está.
–Lo que sea que pongan por mí está bien –responde con voz baja, apenas audible. – Al fin de cuentas, solo va a ser una fiesta de una noche. Nada más. Y se acabó.
Úrsula parpadea, sorprendida. Un brillo casi imperceptible cruza su mirada, como si hubiera anticipado esa respuesta… y sin embargo, le doliera que fuera tan precisa. –¿Una fiesta de una noche? –repite con una sonrisa tensa, casi mordaz. – Amara, por favor. No es un cóctel de empresa, es tu bod