Narrador Omnisciente
–Amara Laveau, explícame ya mismo por qué esta niña me está diciendo “abuelito”–exige el hombre con furia. Sus ojos oscuros, severos, escudriñan a su hija como si pudiera arrancarle la verdad con solo mirarla. Su mandíbula se tensa y su postura es rígida como la de un juez a punto de dictar sentencia. –¿Desde cuándo traes niñas de la calle a vivir a esta casa?
–Intenté contactarte, pero no recibiste ninguna de mis llamadas–dice, forzando su tono a mantenerse firme. Sabe que miente. Claro que lo sabe. Pero es la única forma de ganar tiempo, de buscar una salida antes de que todo se desmorone.
El hombre entrecierra los ojos y aspira hondo, como si su paciencia pendiera de un hilo demasiado frágil. Da un paso adelante, imponente, y Lucero, ignorante del torbellino que se gesta a su alrededor, tironea de su pantalón con inocente entusiasmo.
–¿Quieres jugar conmigo, abuelito?– pregunta con una sonrisa resplandeciente.
El hombre la mira con una mezcla de incredulidad y