–Claro que lo eres –replica Carlos, sin inmutarse. – Desde el momento en que te convertiste en “el hombre que todas quieren y ninguna puede tener del todo”, pasaste a ser una marca. Y las marcas, Liam, se gestionan. Se posicionan. Se destruyen, si hace falta, para construir algo más rentable.
Liam siente el impulso de agarrarlo del cuello y estamparlo contra la pared, pero se contiene. Todavía quiere respuestas. –¿Y Amara? –pregunta, con la voz cargada de advertencia. – ¿Qué es ella en tu cuadro de mando? ¿Un daño colateral? ¿Una variable de ajuste?
Los ojos de Carlos brillan con algo difícil de definir, una mezcla de rencor, cálculo y una seguridad que parece no resquebrajarse nunca. Respira hondo antes de hablar y lo hace sin ningún tipo de rodeo:
–Amara fue un error –afirma con frialdad. – Un error que tuve con la única mujer a la que, en algún momento, llegué a amar. Fue ella quien me acompañó mientras levantaba mi imperio, quien me sostuvo cuando todavía no era nadie. Per