La mañana llega gris, con un cielo encapotado que parece presagiar desgracias. Liam Kane arranca su moto antes de que el sol termine de asomar entre los edificios. No ha dormido en toda la noche; las palabras de aquel periodista, el video de Kate circulando como un veneno en redes, y las evasivas de Amara lo mantienen con la cabeza ardiendo.
Ya no se trata de rumores. Ya no se trata de intuiciones.
Necesita respuestas. Y solo una persona puede dárselas.
El rugido de la moto lo acompaña en el camino hacia la prisión estatal. Cada semáforo, cada curva, lo siente como un obstáculo entre él y la verdad. El viento le golpea el rostro, pero no logra despejarlo de la rabia que le hierve en la sangre.
La cárcel se levanta como un monstruo de cemento, rodeado de muros altos y torres de vigilancia. Liam aparca la moto frente a la entrada, se quita el casco y avanza con pasos decididos. Los guardias lo reconocen; saben quién es y no hacen demasiadas preguntas. El peso de su reputación basta