–Cinco kilómetros… cinco malditos kilómetros más y estarás en mis brazos, mi amor –susurra Liam con la voz rasgada por la ansiedad, apretando entre sus dedos una fotografía de Amara, arrugada en las esquinas, pero intacta en el centro, donde ella sonríe con inocencia. Sus ojos no dejan de observarla como si fuera su brújula. Se la guarda con cuidado en el pecho, como si ese trozo de papel fuera un talismán. Luego, respira hondo y su voz se convierte en promesa. – Te lo juro por lo más sagrado, Amara. No importa cuántos hombres tenga que abatir. Te rescataré, aunque sea lo último que haga.
En ese instante, el silbato de Carlota irrumpe la calma tensa del amanecer. –¡Equipo Alfa, formación en punto de encuentro, ya! –grita con autoridad, un tono que no admite réplica.
Los soldados, aún con los rostros marcados por la vigilia, se agrupan con precisión milimétrica. Ninguno cuestiona sus órdenes. Nadie se atreve a hacerlo.
–Escuchen con atención –continúa Carlota, mientras apoya el peso