Denayt levantó el teléfono enfocando el cielo. El verde y el violeta bailaban sobre ellos, la imagen era perfecta. Tomó un par de fotos. Cuando las revisó se dio cuenta de algo. En una de las fotos aparecía él de perfil, con el abrigo oscuro ondeando con el viento, los ojos clavados en el infinito, parecía parte del paisaje. Las luces reflejaban sobre su piel un resplandor frío, casi irreal.
Un príncipe tallado en hielo.
Pensó sin querer. Su pecho se encogió.
Maldijo en silencio.
¿Desde cuándo le parecía atractivo ese hombre al que juraba detestar?
...
Las auroras se habían apagado poco a poco. Cuando Denayt miró el reloj en su teléfono, se sobresaltó. Eran las dos de la mañana. Se frotó los brazos. Vincent desvió la vista hacia ella. La vio estremecerse, sus labios ligeramente azulados, los dedos entumecidos tratando de ajustar los guantes.
—Hora de volver —dijo sin mirarla y empezó a caminar.
Ella intentó seguirlo, pero apenas dio dos pasos sintió que los pies ya no le respond