Él negó con la cabeza. Un par de lágrimas se deslizaron sin permiso por su rostro. Denayt permaneció en silencio; sentía que si abría la boca, empezaría a llorar. Y no podía permitirse eso.
Gael la miró como si fuera una extraña. Dio un paso atrás, lento, incrédulo, como si todavía se aferrara a la esperanza de que todo fuera un malentendido. No podía entender cómo alguien podía cambiar tanto en tan poco tiempo.
—Te mintieron allá —dijo, con la voz apagada—. O quizás… te perdiste.
—Conocí la realidad del mundo —respondió ella, mirando a un punto fijo para no romperse—. De amor no se vive. Tengo que pensar en un futuro mejor, para mis hermanas… y para mí.
Cada palabra era como una daga atravesándole el pecho. A él. A ella. A los dos.
—¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? ¿Eso significa que te vas a llevar a tus hermanas?
—No.
Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para que la voz no le temblara.
La mirada de Gael se endureció. Una nube de tristeza y decepción se posó sobre sus ojos