Había pasado casi un año desde la última vez que la vi.
Y sin embargo, bastó escuchar su nombre para que todo volviera con una intensidad que me dejó sin aire. Los días con ella, las risas, las discusiones, los silencios incómodos y hasta la manera en que fruncía el ceño cuando algo no le parecía. Cada segundo con Emily estaba impreso en mí como una herida sin cerrar.
Había buscado por todos los medios saber de ella. Llamadas, contactos, incluso contraté un par de investigadores que no lograron mucho. Era como si se la hubiese tragado la tierra. Hasta que ayer… Valeria apareció en la recepción de uno de mis nuevos proyectos en Europa.
—No me mires así —fue lo primero que dijo, quitándose las gafas de sol con dramatismo—. No te daré su dirección. Pero sí te diré dónde suele almorzar. Si arruinas esto, Albert, juro que te rompo la cara.
Valeria seguía siendo… Valeria.
No dormí. Apenas comí. Me debatí entre ir o no ir. Pero hoy, al mediodía, crucé la puerta de ese pequeño café madrileño