El anciano sonrió, complacido y aliviado. De todos los solteros que había considerado, Rubén Salazar era el más codiciado. Honestamente, no tenía muchas esperanzas de convertirlo en su yerno. En el círculo de amigas de su esposa había rumores de un compromiso con Esmeralda Carrillo, la única jovencita que podía rivalizar en belleza con su hija, pero ella sí era la heredera de una inmensa fortuna. Casi le dieron ganas de llorar de felicidad al saber que su futuro estaría asegurado de ahora en adelante.
Cuando regresaron al salón, Rubén notó que la mirada de Rosanna se posaba en él con expectativa y un atisbo de miedo. La chica sabía exactamente el tema que se debatía en el despacho. En cuanto vio a su padre asentir, la hermosa rubia lo miró de regreso, y la sonrisa más preciosa del mundo se dibujó en su rostro. Sus ojos brillaban como dos estrellas y sus mejillas se tiñeron de color: dos dulces melocotones que se le antojaba probar.
Era evidente que ella también deseaba esa unión. La atracción era mutua, y Rosanna estaba feliz de convertirse en su esposa. Ese fue el momento exacto en que capturó su corazón.
A partir de entonces, todo fue mejorando. Las citas que sus madres organizaban para que se conocieran mejor eran algo aburridas, pues no les permitían estar a solas, pero ellos encontraban la manera de hacerlas más interesantes. Rubén la deseaba como un loco, estaba caliente todo el tiempo, y la abstinencia solo empeoraba su tortura.
Desde que se anunció su compromiso, había dejado de tener amantes ocasionales, y los seis meses hasta la boda serían una prueba de fuego. Pero quería hacer las cosas bien. No pensaba faltarle el respeto a quien sería su esposa.
Rosanna resultó ser mejor de lo que había imaginado: inteligente, divertida, algo pícara, pero bien educada y con un gusto impecable. Su boda sería el evento del año. Se haría por todo lo alto y estaba costando una fortuna. No importaba; con tal de que su preciosa novia tuviera la boda de sus sueños, gastaría lo que fuera. Después de todo, el dinero rebosaba en sus cuentas.
Enamorarse no fue difícil. Rubén no era precisamente expresivo ni cariñoso, más bien lo contrario. Su carácter pragmático lo impulsaba a obtener lo que deseaba sin complicaciones. Pero casarse era diferente. Creía en las enseñanzas de su familia: esa unión sería para toda la vida. Por eso había esperado a la persona correcta. Un divorcio no era una opción en su mundo. Tendrían que trabajar en los problemas, porque nada podría separarlos. Mucho menos si tenían hijos.
Los matrimonios por conveniencia eran tan comunes entre los millonarios como lo eran en la mafia. La idealización de un amor apasionado y avasallador, que nublara los sentidos y se apoderara del alma y el corazón, resultaba más una idea escalofriante que un propósito de vida. Sus decisiones afectaban a miles de personas, y Rubén ya había sepultado la posibilidad de encontrar una verdadera compañera dentro de la mafia.
Deseaba casarse con una mujer fuerte y honorable, como su madre, capaz de asumir ambas facetas de sus vidas, tanto la cara respetable que se daba al público como la corona que se ostentaba en el bajo mundo. Pero cuando Esmeralda lo rechazó, cerca de un año atrás, comprendió que dos alfas no llevarían una relación armoniosa. Era mejor buscar una mujer complaciente que le facilitara la vida.
Era probable que Salento no tuviera en esta generación a una reina poderosa y despiadada que se asegurara de que todo funcionara de la manera correcta. Quizás Olivia era única en su especie, y él no tendría la suerte de contar con esa clase de compañera. No obstante, la felicidad conyugal era algo a lo que todavía aspiraba. Por eso estaba decidido a poner todo de su parte para garantizar que su matrimonio tuviera una oportunidad real y que los herederos llegaran pronto.
El primer beso de verdad llegó casi un mes después del compromiso. Ambos lo deseaban, y aquel paseo en los jardines del hotel donde se celebraría la recepción resultó tan romántico que ninguno pudo contenerse. Cuando sus labios se unieron, fue como si se conocieran de toda la vida. No hubo timidez. La llama de la pasión se encendió de inmediato y les costó demasiado separarse para evitar habladurías.
Las mejillas encendidas de Rosanna eran lo más lindo del mundo. Adoraba verla así, mordiendo su labio inferior con una suave sonrisa. Era la viva imagen de un ángel y, a veces, le costaba creer lo afortunado que era por ser el dueño de la jovencita más hermosa del país.
Los besos no dejaron de venir. Sin embargo, su prometida dejó en claro que no habría sexo hasta que fueran declarados marido y mujer. Eso no le impidió explorar ese delicioso cuerpo cuando lograban quedarse a solas, aumentando el anhelo a niveles insoportables.
Cuando el día llegó, Rubén ya estaba en el fondo del abismo. Amaba a esa chica con locura obsesiva. Quería tenerla a su lado en todo momento y no permitía que nadie se le acercara. A los pocos idiotas que intentaron algo con ella, sabiendo que estaba comprometida, les fue realmente mal.
La ceremonia y la fiesta fueron un éxito. Invitados de élite, lo mejor de la sociedad cerinzana reunido para presenciar el derroche de lujos que auguraban un futuro próspero. Y finalmente, pudo reclamar ese cuerpo en la noche de bodas.
Los frutos del amor y la pasión derrochados en los primeros meses de su matrimonio aparecieron cuando Rosanna comenzó a sentirse mal. El doctor confirmó la noticia: ya estaba en la dulce espera.
Esa fue la mejor noticia para los Salazar y los Botero. La cereza del pastel en esa unión. Con un hijo, la relación sería inquebrantable, y ambas familias obtenían lo que querían. Todos estaban felices.
Ni siquiera importó que el primogénito no fuera un varón, sino una preciosa niña. Rubén conoció un amor diferente y absoluto cuando tuvo entre sus brazos a su pequeña florecita. Violeta era la bebé más hermosa del mundo. Heredó el cabello oscuro de su padre y los grandes ojos azules de su madre, junto con su blanca piel de porcelana.
La niña se convirtió en el tesoro más preciado de la familia Salazar y en el mundo entero para Rubén. Ahí empezaron los problemas.
Ahora, cargaba con muchos arrepentimientos. Su matrimonio no había sido un lecho de rosas; los problemas no faltaron debido a la caprichosa personalidad de Rosanna y su escasa paciencia; pero tampoco faltaban el amor y la pasión. A veces, ni siquiera le molestaban las discusiones o los berrinches de su esposa, porque todo terminaba en largas jornadas de sexo salvaje hasta que ambos caían exhaustos y olvidaban los problemas.
Recordar esos años lo llenaba de nostalgia. No por los buenos momentos, sino por la falta de ellos, mirar atrás lo llenaba de “hubieras” y remordimientos que lo carcomían por dentro, porque su relación se fue deteriorando sin remedio. En retrospectiva, se dio cuenta de que lo suyo con Rosanna había sido una ilusión construida a base de pasión y terquedad. Se entendían en la cama, pero fuera de ella eran un campo de batalla constante.
Había confundido el deseo con amor, y se aferró a esa idea por el bien de su hija. Solo por ella aguantó todas las locuras de Rosanna. Evitaba las confrontaciones, pero su actitud despreocupada y evasiva los había llevado directo a ese punto.
Nunca se perdonaría por haber permitido que la lastimaran de esa manera.
Aunque ninguno de sus enemigos había aceptado la responsabilidad de aquel secuestro, lo cual lo tenía desconcertado, cualquiera en el bajo mundo con una sola neurona funcional sabía que meterse con la familia de Rubén era una sentencia de muerte segura. Nadie podía ser tan estúpido.
Eso solo dejaba una posibilidad: alguien de su otra vida… algún delincuente idiota con la idea de sacarle dinero a un empresario millonario. Sin embargo, la falta de pistas y el haber tenido que recurrir incluso a un rival de negocios para conseguir información lo estaban dejando en una posición vulnerable.
Y verse débil era el primer paso para que otros intentaran adueñarse de sus negocios.
Álamo, 29 de junio de 2018.Flores de colores ligeramente marchitas, acomodadas en arreglos circulares, y las formas ondulantes del humo que bailaban al subir al techo de la catedral, dejando a su paso el penetrante olor a incienso que le picaba en la nariz. Eso era lo que rodeaba a Rosalin y la mantenía en esa especie de trance que ya llevaba algunas horas.Sentada en una banca de la primera fila, pasaba las cuentas del rosario entre los dedos por pura inercia. Desde que la gente se marchó, dejó de rezar. Solo estaba ahí, inmóvil, soportando los escalofríos que la sacudían cada vez que una ráfaga de aire se colaba por las enormes puertas, todavía abiertas a pesar de la noche.Su mirada se desvió al ataúd de pino lacado. No se veía tan mal, incluso si fue el más barato que pudo conseguir en la funeraria. Allí dentro estaba su madre. Había fallecido la noche anterior en el hospital del pueblo, después de una agonía larga y dolorosa que Rosalin presenció sin moverse de su lado. Le falta
Entrar a la casa fue una experiencia novedosa. Quizás era la primera vez que la encontraba ordenada, exactamente como la había dejado esa mañana. Antes de enfrentarse a las condolencias hipócritas de sus vecinos, había desahogado toda su rabia contenida contra las paredes y los pisos. Gritó, restregó y talló hasta que los brazos le dolieron y se sintió agotada. Tan cansada que no le quedaban fuerzas para odiar.La casa estaba deteriorada por el paso del tiempo; su mejor época había quedado en el olvido muchos años atrás. Los muebles también eran viejos: la misma madera, el mismo tapiz, los mismos colores desde que tenía memoria. Nada había cambiado y, sin embargo, se sentía como un mundo diferente. Estaba limpia. No había botellas ni platos sucios, ni ropa o vómito en el suelo. No olía a miseria y desesperación. Apenas un rastro del olor a lavanda del limpiador permanecía en el aire.Y entonces, una carcajada estalló en su pecho. Pura dicha.
Muchos años atrás, cuando apenas era una niña y su madre trabajaba para la señora Mariño, Tadeo parecía ser la única persona que notaba las marcas en su cuerpo o su figura demasiado delgada. Tal vez fue el único que se atrevió a ver más allá de lo evidente, el único que no la ignoró. El primer peluche nuevo que tuvo se lo dio él en su décimo cumpleaños, y luego llegaron otros cada año, sin falta. Incluso después de que Rosaura fuera despedida.A los quince, Rosalin llegó a creer que lo amaba y que él sería su futuro, porque era la única persona con quien podía sentirse segura y cuidada. El único a quien le importaba que se educara, que vistiera bien, que no pasara frío ni hambre. Sin embargo, la madre del apuesto joven no estaba de acuerdo en que la hija de una mujerzuela se fijara en su hijo.La señora Mariño la veía como un caso de caridad. Era amable y le obsequiaba ropa porque era una mujer piadosa; pero estaba muy lejos de permitirle a
Sus alumnos le bastaban. Volcaba en ellos todo su amor, sin problema en asumir el papel de la maestra solterona del pueblo. Si en su vejez aún la llamaban “señorita Rosalin” lo asumiría con orgullo y gracia. No había nacido para el amor, mucho menos para ser madre, y estaba en paz con esa realidad.Al menos, así había sido mientras su madre vivía. Ahora, con una libertad inesperada, le costaba ubicarse en un mundo que de pronto parecía más luminoso y esperanzador. Especialmente después de lo sucedido con Tadeo y los pequeños avances desde entonces. Apenas se habían besado y compartido caricias sutiles, nada más allá de mimos y abrazos.Quizás lo que más le gustaba de él era precisamente eso: la certeza de que sabría esperar a que ella estuviera lista para dar el siguiente paso. Jamás la forzaría a nada.—Algún día —respondió finalmente con una sonrisa.—Me alegra tanto que por fin decidieras
Ojalá hubiera podido capturar ese momento, la emoción en el rostro de Tadeo. Tenía los ojos muy abiertos y movía los labios, abriéndolos y cerrándolos sin lograr articular una palabra. Nunca antes había sido tan directa en sus pocas conversaciones sobre el futuro.Eran novios, se querían, Rosalin necesitaba cerrar ese ciclo y él iba a esperarla. Eso era lo único definido y claro para los dos.—Te pedí tiempo para solucionar los problemas que me dejó mamá. Aún tengo deudas que espero saldar cuando venda la casa. Pero quiero que sepas que estoy mirando al futuro con una visión renovada, y que tú estás en cada uno de mis planes. Solo necesito aprender a ser yo misma… sin ella. ¿Me entiendes?—Completamente, Rosita. —Tadeo levantó sus manos y las besó en el dorso—. Yo te… te voy a esperar lo que sea necesario. Nos queda toda una vida por delante.Ahí estaba esa consideración infinita. Ni siquiera se atre
Leiva, 11 de septiembre de 2018.Las ruedas de las camionetas chirriaron contra el pavimento al frenar, rompiendo el silencio de la noche.Sin demora, docenas de hombres bajaron de los vehículos de un salto y corrieron alrededor, tomando posiciones. Era un pequeño ejército de soldados armados y listos para actuar. Las órdenes fueron silenciosas: gestos con las manos y susurros por los intercomunicadores que les indicaban exactamente qué hacer.No se percibía ningún sonido en el interior de la bodega y el comandante de ese operativo podía sentir el terror helado invadiendo sus venas. Aunque su semblante duro y el ceño fruncido no dejaban traslucir su pánico, en su interior, Rubén se derrumbaba a cada segundo con el terrible presentimiento de que ya era demasiado tarde para salvar a su esposa.Una enorme puerta oxidada y corroída era lo único que lo separaba de un reencuentro o del peor hallazgo de su vida. Incluso cuando quería sentarse y respirar un poco para calmar la ansiedad que lo
Tal como le había dicho Sergio, en el estacionamiento los esperaban médicos y enfermeras listos para atender a Rosanna. Rubén saludó con un asentimiento a la doctora Méndez, quien le respondió de la misma manera. Ella estaba acostumbrada a recibir a algunos de sus hombres heridos y tenían un trato al respecto; sin embargo, en esta oportunidad la paciente era demasiado importante.La doctora no alcanzó a disimular su expresión horrorizada al observar las lesiones evidentes y asumir, debido a su experiencia, aquellas internas que requerirían más atención.—Es mi esposa, Liliana.Rubén lo dijo entre dientes, su voz era apenas un susurro, más letal y peligroso que si estuviera gritando a todo pulmón. Esa corta oración contenía un peso tan grande que la pobre mujer cerró los ojos y suspiró. Eso era prácticamente una sentencia de muerte; si la paciente moría, probablemente todos en ese hospital lo harían también.—La atenderemos bien, señor Salazar. Le avisaré sobre su estado en cuanto pued
Luego de dar órdenes para que el grupo de élite se quedara al cuidado de su esposa, y tras amenazarlos con asesinar hasta al primo más lejano si permitían que algo le sucediera, Rubén se subió a una camioneta y manejó por su cuenta de regreso a la bodega, donde Sergio le había informado que el equipo de investigación ya había terminado y ahora todo ardía en llamas para eliminar cualquier rastro de su presencia.Mientras conducía aferrado al volante con tanta fuerza que se le blanquearon los nudillos, recordó inevitablemente la primera vez que vio a Rosanna, siete años atrás, cuando ella era apenas una jovencita de diecinueve años.Él iba con demasiada prisa porque acababa de recibir una llamada con información crucial para un operativo que tenían entre manos y debían actuar contra reloj. El semáforo cambió a amarillo y apuró al conductor para que avanzara; sin embargo, un par de jovencitas se les atravesaron en el camino y el pobre Tomás apenas alcanzó a frenar antes de atropellarlas.